El café de la tarde. Tú mirando la ventana con el alma ausente. Yo intentado descifrar el galimatías que siempre me supuso tu sonrisa a medias. Y el silencio. Silencio en tus labios, silencio anidado en mi garganta, silencio donde antes sólo había ruido.

 

Y me dices que me quede. Bueno, me lo dicen tus ojos, porque hasta para eso fuiste cobarde. Y a mí me lo dice la piel. Que cómo se me ocurre marcharme, si sólo es casa cuando tú nos tocas.

Pero es que dueles. Joder si dueles. Un día fuiste cura y al siguiente eras cuchillas.  Y te prometo que ya no me quedan tiritas con las que curarme.

Y he intentado quedarme tantas veces…pero el problema es que te quiero. Te quiero cuando me destrozas, cuando me mientes, cuando me rompes y juegas a montarme y desmontarme como si yo sólo fuera tu juguete.

Pero no puedo más. Esta vez no, de verdad. Porque me vacías, me conviertes en un ser a expensas de tu voluntad. Siempre pendiente de tus caricias, mendigando más amor, más respeto. Intentando llamar tu atención, esperando que a la siguiente, será la de verdad, la definitiva. Que mañana te darás cuenta que sólo nosotros sabemos como hacerlo, que tu piel más mi piel conforman un todo, que soy yo o nadie.

Así que nos vamos. Mi piel y yo. Hemos hecho la maleta con prisas, metiendo todos los jodidos recuerdos en los que apareces. Como mis manos en tu pelo, mis dedos recorriendo la gomilla de tus vaqueros, o mis dientes clavándose lento en la piel de tu cuello. Aunque quizás me haya dejado un par por la habitación, es lo que tienen las prisas. Como aquel en el que te dije que no quería vivir sin ti y tú sólo me miraste con aquella extraña mezcla entre lástima y decepción. Así que esta vez es de verdad.

Y ojalá no duela. Al menos no tanto como tú. 

Paula Aranda