Jugué a las “confesiones” con mis amigas y se abrió la caja de Pandora

 

Sucedió hace varios años, pero aún pagamos el precio de aquella noche. Llovía y decidimos pillar unas pizzas y algún pack de birras para pasar una noche de chicas. Hacía tiempo que no nos reuníamos. 

Fuimos inseparables en la adolescencia, pero con la llegada de la vida adulta cada una tomó su camino. La que se fue a estudiar en el extranjero, la que se mudó por curro a la capital, la que decidió ser madre joven, etcétera, etcétera. Un buen día, organicé un grupo de WhatsApp con la idea de montar una cena… que degeneró. Y tanto que degeneró. 

Jugamos al “Yo nunca”: versión light

Una de nuestras amigas sugirió jugar al “Yo nunca” con chupitos de un par de botellas de Jägermeister que ella misma había traído. Decía que lo había visto en una serie de televisión y nos pareció una idea cojonuda. Como no sabíamos romper el hielo, tiramos de Google para inspirarnos. Las primeras confesiones fueron de lo más polite.  

“Yo nunca he fingido estar enferma para no ir a trabajar”, “Yo nunca he fingido conocer sobre un tema sin saber nada”, “Yo nunca he dicho que me encanta un regalo sin ser verdad”. Se echaron en cara un par de amigos invisibles del pasado, donde no se cumplió el presupuesto ni tampoco se tuvo en cuenta el gusto de cada una; pero, más allá de las primeras pullas, no hubo jaleo. 

Aumentamos a “Yo nunca”: nivel intermedio

Pronto dejamos a Google de lado. Los “Yo nunca” se producían de manera natural, con el objetivo de resolver dudas e inquietudes personales. El juego, en sí, se volvió personal. 

“Yo nunca he creado un perfil falso para stalkear”, una de ellas no bebió y otra que tenía cierta información se percató. Comentario de turno, aún entre jiji y jaja, pero tensándose la situación. “Yo nunca he regresado con mi ex”, habiendo una casada con un ex. “Yo nunca he tenido sexo virtual”, sorbió de su Jäger la que aseguraba no stalkear. “Eso sí lo reconoces, ¿verdad?”, seguía en complicidad con la que poseía más datos que el resto. 

“Yo nunca”: categoría pro 

Seguimos bebiendo. Con el aumento de grados de alcohol, se intensificó también la profundidad de las preguntas y la sinceridad de las respuestas. 

“Yo nunca me he acostado con el novio de una amiga”, soltó sonriente la informada. Retó con la mirada a la que negaba espiar por redes. El silencio protagonizó los instantes previos al engullimiento de su chupito. Guau. Vaya confesión. Se había tirado a la pareja de una presente. Pero, ¿cuándo? ¿Un novio del pasado o actual? Pronto el juego dejó de serlo para convertirse en un polígrafo. 

Comenzaron las ofensas gratuitas: “¡Qué zorra! ¿No?”, dijo la casada con el ex. La gota que colmó el vaso. “Pues fue con tu marido”, reconoció la stalker. Y a partir de ahí fue imparable. Una y otra arrancó a decirse de todo: “Volvió contigo porque yo le dije que no”. “Tú tampoco fuiste una santa porque mi hermana te vio de fiesta con no sé quién”. Entre restos de pizzas frías y sin Jägermeister suficiente, me vi en el centro de un octágono de la UFC esquivando insultos y acusaciones de todo tipo, que acabaron incluso descontextualizadas: “Anda, que tú solo sabes cocinar fritangas” (¿?) “Eres una amargada y amargas a tu hijo, por eso se porta tan mal”. 

Desde aquella noche nadie se habla con nadie. Volaron cuchillos, que se clavaron en espaldas. Fue muy triste. Tanta mierda acumulada por años, tanto secreto descubierto. Y yo callada. Callada porque de hablar… 

“Yo nunca he mentido en un yo nunca”. Bebo. 

Anónimo

 

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