Al final los emprendedores son el futuro. Esta fue una de las muchas frases motivacionales que me creí en aquellas jornadas sobre jóvenes emprendedores. Que dicho sea de paso, aquel evento perfectamente se podía haber llamado ‘Reunión de pringados que entregan día a día su vida a su trabajo a cambio de cuatro duros‘.

Soy emprendedora, mucho ojo, empresaria, CEO de mi propia compañía, jefa de mi tiempo y dueña de mi vida. Aunque también soy una mujer pegada a un ordenador, preocupada las 24 horas del día por las cuentas de mi empresa y por supuesto por la incertidumbre del futuro. Soy la que no sabe cuánto va a ganar este mes porque no todo depende de mi trabajo, la que lleva cinco años sin unas vacaciones en condiciones y la que ya percibe su oficina como una parte más de su hogar.

Trabajo en lo que me gusta, al final he conseguido vivir de aquello que me hace feliz y para lo que me he esforzado toda mi vida. Aunque como moneda de cambio también lo hago para ver cómo trimestralmente los impuestos se lo llevan prácticamente todo, dejándome más en bragas que Jane cuando se fue a vivir a la selva con Tarzán.

Adoro – y aclaro que estoy siendo completamente irónica – a aquellos que opinan que si nuestra vida como emprendedores no es la que deseábamos es porque algo no estamos haciendo bien. ‘Yo conozco autónomos que tienen vacaciones, y que viven la mar de bien‘, vale, yo una vez también me encontré un billete de 50 euros por la calle y eso no quiere decir que sea algo habitual ¿verdad? ¡Ojalá todos los autónomos y emprendedores felices, cotizando en función de nuestros ingresos y no siendo desangrados constantemente!

Y con todo esto no pretendo escudarme contra las críticas, es lógico que no estamos en Matrix y que aquí a nadie le insertan los conocimientos totales para ser un crack de la noche a la mañana. Pero el tiempo me ha demostrado que en cuanto a los emprendedores, la empatía suele brillar por su ausencia. El concepto para muchos es el que es, el de ese emprendedor que tiene pasta porque la tiene (ojalá yo, pero no) y que la invierte en su propio negocio para ver qué tal. Y después estamos los que tenemos que vivir de lo que producimos, esos que no podemos permitirnos ponernos enfermos porque una baja no entra en absoluto en nuestros planes, los que un buen día plantamos la semilla de nuestro negocio y que desde entonces no sabemos hacer más que regarla para ver si florece de una puñetera vez.

 

La sociedad ha intentado maquillar el concepto gracias a términos como freelance o entrepreneur, todo dicho en otro idioma parece mejor de lo que es. Aquí todas sabemos que un muffin sabe mucho mejor que una magdalena y que no llevar cash es menos putada que no tener un solo céntimo en la cartera. Ciertamente, la misma mierda pero en inglés. Porque al autónomo de toda la vida nos lo imaginamos como ese pobre pringado (o pringada) que se las ve y se las desea para llegar a la jubilación en condiciones; y en cambio al freelance lo vemos como ese joven que vive feliz su día a día con su MacBook bajo el brazo y trabajando desde un Coworking de esos con un ambiente fantástico.

No os engañéis, los emprendedores con Coworking o sin él, hemos elegido la falta de horas en el día casándonos con un proyecto prácticamente de vida. La elección ha sido nuestra, por supuesto, pero esto no quita que podamos gritarlo a los cuatro vientos de vez en cuando: ¡Emprender es una locura!

Mi Instagram: @albadelimon

Fotografía de portada