La boda de una novia con cáncer

 

Los cité en mi oficina como a una pareja más, de las tantas que caso un año tras otro. Estaban especialmente ilusionados con su boda, ya que llevaban ahorrando muchos años para poder organizar la macro celebración que deseaban. Como clientes, eran un poco “pesaditos”; no me malinterpretéis, pero bombardearme a mensajes un domingo por la noche cuando faltan más de 18 meses para la fecha del enlace, es un poco agobiante. Intensos diría yo, cuando se me presentaban tarde sí tarde también en la finca con nuevas ideas y propuestas. La parte positiva es que eran adorables, alegres y transmitían un buen rollo que resultaba imposible negarse a atenderles, aunque tuviese 30 bodas antes de la suya. 

Sumaban casi 300 invitados. Venía gente de media Europa y parte de Norteamérica. Peña que no habían visto en décadas o compromisos de sus padres. “Relleno”, decía él algo resignado. Contaban con ceremonia en el jardín, pasillo de flores, arco, nombres con letras gigantes…, ¡fuegos artificiales! Había música en vivo en cada escena de la boda: violinista en la ceremonia, saxofonista en el cóctel, cantante en el banquete y grupo, comparsa con batucada y DJ en la fiesta. Escogieron temática de viajes, por lo que en cada mesa estaba representado uno de los lugares que conocían, con atrezo y enseres identificativos del destino en cuestión. Puesto de sombreros, de chancletas, cortador de jamón… Os juro que todo lo que les proponía, lo aceptaban. No les faltaba detalle. Querían celebrar su amor a lo grande. 

Desaparecieron 

Habíamos hecho hasta un grupo de WhatsApp para los tres, pero de un día para otro dejaron de hablar. Eché de menos hasta las llamadas domingueras vespertinas que me fastidiaban las siestas y las visitas improvisadas a la oficina. De un día para el otro, desaparecieron. Silencio absoluto. Como aún faltaban tres meses para la boda, no les quise atosigar. A decir verdad, lo lógico es este “silencio” cuando ya está todo organizado. Solo queda esperar el paso de los días. 

Adiós a la gran boda

Aún sin noticias de mi pareja de novios favorita, recibí la llamada de la madre de él. Sin darme demasiada información, se interesaba en los pasos a seguir para cancelar la boda. Teniendo en cuenta que esa señora no había pagado mi factura y que era la primera vez que hablaba con ella, le ofrecí la información generalizada, pero no tuve en cuenta su petición hasta localizar a alguno de los dos miembros de la pareja. Me preocupé. Soy organizadora de bodas, sé que es un trabajo, pero siento mucho a mis clientes: me alegro cuando todo sale bien, sufro si algo no es de su agrado y, por supuesto, si rompen o discuten antes del enlace, no me pongo a contar euros… Me entristece que su amor se haya desvanecido.

Les llamé y les escribí, pero no me contestaron. En uno de mis mensajes, me vi obligada a establecer una fecha máxima para obtener una respuesta, ya que debía liberar la fecha a mis proveedores. Por supuesto, como soy humana, les hice llegar mis mejores deseos. 

La peor de las noticias, la mejor de las reacciones

No me llamaron. Se presentaron en mi despacho el último día de mi deadline. Él era una sombra de lo que un día fue; ella había perdido luz, pero seguía iluminándonos a todos con su sonrisa: “Tengo cáncer”, me dijo. Después del shock, reaccioné advirtiendo que no había problema en cancelar o aplazar la boda, lo que ella prefiriese para que pudiese realizar su tratamiento con la mejor de las garantías, sin estrés ni nada. “Tengo cáncer terminal. Me dan de tres a seis meses”, añadió. Te juro que se me cayó el alma al suelo. Ya no solo por la noticia, sino por las lágrimas de su prometido al pronunciarlas. De esto que te quedas que no sabes qué decir. Encadenas tropecientos “lo siento”, sabiendo que nada de lo que digas va a consolar a ese par de enamorados con el corazón roto. 

“Quiero continuar con la boda”, aseguró ante mi incredulidad. “Pero me gustaría añadir unos cambios”, agregó. Y, lejos de permitir a la tristeza guiar la reunión, ella volvió a dar rienda suelta a la ilusión. Hizo cambios, sí. Recortó la lista de invitados y la dejó en 56 personas. Ni una más. Los que ella quería al 100 % que la acompañasen ese día. Duplicó el equipo de fotógrafos, contratando también un responsable de cámara de vídeo para inmortalizase el día. Puso animación… ¡Hasta un castillo hinchable para adultos! Y deshizo el menú para crear paraditas que representasen la comida que más le gustaba: japonesa, mexicana, embutidos ibéricos. En cuanto a la decoración, llenó el salón de biombos y cubrió las mesas con fotos de familia y amigos y recuerdos de sus viajes. Todo real, sin atrezo. ¡Ah! Y quiso un árbol de Navidad en pleno junio. ¡Adelante! Le quedó estupendo. 

El gran día… de todos

Su gran día fue el gran día de todos los presentes. Incluso el mío, siendo solo la organizadora de la boda. Tan bonito, tan emotivo. Cargado de sentimientos, de verdad. De lágrimas y risas. Ella, muy deteriorada físicamente, se convirtió en la novia más guapa y radiante que nunca he visto. Y llevo más de 20 años dedicándome a esto de las bodas. Su pañuelo blanco, bordado con piedras plateadas, ocultaba con elegancia las consecuencias del cáncer; pero sus ojos reflejaban el culmen de su felicidad, sintiéndose abrazada por los suyos. 

Entre todos nos esforzamos por crearle un recuerdo inolvidable, pero inolvidable siempre será ella para nosotros. 

 

Anónimo