De pequeña era una niña normal, sin enfermedades o limitaciones físicas, con una familia que me quería y recursos suficientes para darnos caprichos de vez en cuando. Además era lista, de las mejores de clase, y aunque no destacaba, tampoco era la más torpe en el deporte. No era muy fea ni estaba gorda. Con estas características cualquiera diría que tenía todos los puntos para una infancia feliz y plena. Todos salvo uno, yo misma.

En su momento no era consciente, pero releyendo mis viejos diarios me doy cuenta de que he vivido a la sombra de la depresión. Las primeras veces que escribí ya decía que quería dejar de existir, desaparecer del mundo y no sufrir más. He de aclarar que tenía unos 9 años en aquel momento y, por lo visto, ningunas ganas de vivir.

Me gustaría decir que fue algo puntual, se me pasó y he sido una persona feliz desde entonces, pero sería mentira. He sufrido esto a temporadas desde que tengo memoria. Cuando mi abuelo falleció, recuerdo rogarle al cielo que me cambiase por él, que el merecía vivir más que yo. Escribía y pensaba miles de notas de suicidio y formas de cometerlo, pensando que mi familia estaría mucho mejor sin una carga como yo.

Con esta mentalidad, me forjé la idea de que no valía nada, no tenía amigos reales y mi familia me toleraba porque no tenían más remedio. Así es como conseguía alejar a todos y grababa a fuego en mi mente que cualquier cosa positiva que me dijeran era solo una burla.

Por suerte o por desgracia, intentaba disimular mis sentimientos, diciéndome a mí misma que si lo decía sería peor, me mirarían como a alguien aún más inferior. Juraría que la farsa funcionó, haciendo que mis depresiones periódicas pasaran desapercibidas.

Ingenua de mí, llegó la adolescencia y ya no pude más. Lo que antes era un par de meses de “bajón” al año, se convirtió en todo un curso escolar de aislamiento social y familiar. Pasé a ser un mueble más de la clase. Recuerdo levantarme todas las mañanas agobiada por tener que enfrentarme al mundo y rezar cada noche para no despertar al día siguiente. También recuerdo la siguiente fase, el vacío. Ese momento de la depresión en el que no sientes nada, ni bueno ni malo, y pasas a funcionar por inercia. Para quien no haya sufrido nunca esta enfermedad, puede parecer más agradable que la pena, pero es bastante peor. Lo que antes te encantaba o te hacía reír, ahora te da igual. El mundo entero se vuelve gris y por más que te esfuerzas eso no cambia, lo que lleva a una frustración terrible.

Tras aquello, me levanté más fuerte. He de reconocer que la situación extrema hizo que sacara carácter y personalidad, cosa que no va nada mal para una adolescente. Mi nueva forma de ser me hizo pensar que igual ya nunca más me deprimiría, que ahora tenía voluntad para evitarlo.

De nuevo, me equivocaba. Las inseguridades seguían en mi interior y afloraban de vez en cuando para hundirme durante unos meses. Nunca volví a sufrir tanto como aquella vez, pero las ganas de dejar de existir sí que volvían.

He de aclarar que en el fondo esto era lógico, cargando durante tanto tiempo con ese sufrimiento me había hecho un pacto a mí misma que relajaba parte de mi ansiedad. No es fácil reconocer esto en público, solo de pensarlo se me saltan las lágrimas, pero no he llegado tan lejos para ocultaros cosas ahora. Ese pacto implicaba que cuando cumpliera 18 años me quitaría la vida. Era la mejor forma que encontré para asegurarme a mí misma que el dolor tendría fin en algún momento, que encontraría la paz.

chica caminando con maleta y globos

Con esta idea en mente, jamás se me ocurrió hacer planes de futuro, así que cuando (por suerte) no fui capaz de cumplirlo, me vi perdida ante unas opciones que no esperaba ver. No había pensado qué estudiar ni en qué universidad, no sabía de qué quería trabajar ni si me iría a otra ciudad. Se abría un mundo lleno de oportunidades, en las que yo solo veía mil formas nuevas de fracasar.

De esto hace 6 años, sobreviví a ello, no fracasé como pensaba y quiero creer que estoy haciendo progresos. Antes jamás habría contado esto a nadie. Sigo teniendo “bajones”, unos mayores que otros, pero he podido con todos y cada uno de ellos. He crecido un poco como persona cada vez que me sobreponía, quiero pensar que me he vuelto más fuerte y he alejado a la gente tóxica de mi alrededor.

Escribo esto como parte de mi terapia personal y para que la gente que también ha sufrido depresiones sepa que no está sola, que hay más personas que sufren y que la depresión no necesita un motivo claro para atraparte, se puede colar en tu vida por cualquier resquicio. No pasa nada por romperse un poco, tarde o temprano te acabas arreglando. Por otra parte, esperaba dar un poco de conciencia del problema a aquellos que no creen en las enfermedades psiquiátricas. Espero que vean que la teoría de “estás triste porque quieres, si salieras más se te pasaría” lo único que hace es aumentar la frustración.

Isabel.