La deshumanización de la ginecología en la Seguridad Social

 

Soy fiel defensora de la sanidad pública, es necesaria y somos afortunados por tener un sistema que garantice nuestro bienestar. También lo pagamos con unos impuestos que no paran de subir, pero que no se reflejan en una mejora del servicio.

Como mujer, voy al ginecólogo de la Seguridad Social. Como madre, he sufrido violencia obstétrica dentro del sistema. Como enferma del grado más severo de endometriosis, he tenido que recurrir a la sanidad privada para encontrar un tratamiento óptimo. Si bien no todas las experiencias son iguales, y estoy segura de que muchas no tienen queja, el patrón negativo se repite y somos muchas mujeres las que optamos por dejarnos “los dineros” en un seguro o médico privado para sentirnos mejor tratadas.

Un sistema saturado que no permite la individualización del paciente

Somos rebaño. Nadie se para a estudiar que tú eres única. ¿Te duele la regla? Toma pastillas anticonceptivas. ¿Tienes reglas abundantes? Toma pastillas anticonceptivas. ¿Tienes sangrados entre reglas? Toma pastillas anticonceptivas. ¿Tienes la regla dos veces al año? Toma pastillas anticonceptivas. Y así con todo. Es entrar por la puerta de un ginecólogo de la Seguridad Social y el mismo recado para todas, sin pararse a estudiar el por qué suceden las cosas y qué clase de señal está enviando nuestro cuerpo.

Violencia y poca empatía

La falta de tiempo y la saturación del médico vuelven la visita al ginecólogo un calvario. “Túmbese ahí, abra las piernas, baje el culo”. Te meten los dedos, espéculos, ecógrafos, sin ningún tipo de tacto ni explicación. En mi caso particular, sufro de vaginismo y se suele tachar de tontería, de “ya eres mayorcita”, como si la edad tuviese que ver con ese problema. A una amiga mía, virgen a los 30, la penetraron con un ecógrafo sin preguntarle por su experiencia sexual.

A saco, rapidito, sin interesarme que al otro lado de esa vagina hay una persona.

Pasándose la patata caliente

Llevo tiempo investigando cómo funciona el sistema jerárquico de la Seguridad Social y me he encontrado con varios casos similares, que merecen exposición pública y denuncia. Por ejemplo, si los resultados de una citología de una mujer salen algo alterados por unas “células extrañas”, comienza la aventura de los viajes de Willy Fog por todos los centros de salud públicos y sus profesionales.

En primer lugar, tu matrón o matrona te da un resultado dudoso y te pide esperar hasta 6 meses para repetir la prueba. La repites y, de volver a salir dudoso, te derivan al ginecólogo del centro ambulatorio más cercano. Échale de otros 6 meses a 2 años. El ginecólogo te vuelve a repetir la prueba y, de insistir en un resultado preocupando, te trasladan al departamento de ginecología del hospital que te corresponda; es decir, más meses o años. De tener algo malo, amiga, te mueres por el camino.

Muchos (demasiados casos) de violencia obstétrica

Y, ojo, esto no es solo un problema de la sanidad pública. Esto es un problema social, que deriva del sistema patriarcal en el que (aún) vivimos. Desde el trato infantil, paternalista y autoritario, pasando por una violación de la privacidad y confidencialidad, hasta llegar a la medicación excesiva o intervenciones dolorosas con obtención de consentimiento de forma involuntaria o con déficit de información. Todo justificado bajo el paraguas de la falta de recursos y de tiempo por la alta demanda del servicio.

¿Y tú? ¿Has tenido buenas o malas experiencias en el ginecólogo? ¿Optas por el servicio público o te has decantado por el privado?

María Romero