He pensado mucho en si escribir este artículo o no, porque hace tiempo que decidí dejar de darle gasolina a provocateurs profesionales disfrazados de librepensadores modernos (porque a ellos les gusta la gasolina, dales más gasolina). Pero es que lo de ayer en El Hormiguero me ha cabreado hasta límites insospechados. Voy a intentar controlar mis prejuicios hacia los pirolos en cuestión, aunque no prometo nada.

Y es que en medio de la entrevista a Lola Índigo metieron con calzador a Juan Soto Ivars, periodista y escritor que abandera el posicionamiento crítico ante lo que él denomina «corrección política». ¿Qué es la corrección política en este contexto? Pues cualquier cosa que interpele a los pirolos y que no les deja opinar libremente sobre lo que les salga de sus cojonazos morenos. La resistencia social a las opiniones que no respetan los derechos humanos, eso es para ellos corrección política. Les molesta un montón porque ya no pueden decir barbaridades sin que se les llame la atención, han dejado de ser intocables.

Hablan de acoso en las redes sociales y de que ya no se pueden hacer bromas porque hay mucho ofendidito. Lo curioso es que solo hablan de lo que les toca a ellos, el acoso a feministas, activistas Lgtbi+, personas racializadas o disidentes corporales no es importante. Pues estupendoh, oiga…

Y es verdad que hay mucho que reflexionar sobre la actividad en las redes sociales, sobre cómo las usamos para fomentar el odio en lugar de emplearlas para intentar generar debates que nos hagan crecer como sociedad. Pero la revisión debe ser total y no quedarse con la anécdota rancia, porque: ¿Qué hay peor que un «moralista»? Un supuesto librepensador repartiendo moralina a diestro y siniestro en nombre de una libertad de mentira que es solo la libertad de unos pocos.

La cuestión era promocionar el nuevo libro del muchacho y a Pablo Motos se le notaba encantado. Tan encantado estaba que, entre comentarios de «qué valiente eres» y adulaciones varias, soltó la bomba:

«Hay un estudio en USA que dice que la obesidad mata más que las armas… pero nadie se puede meter con los gordos o hacer bromas de los gordos porque entonces sería gordofóbico, ¿quién decide qué debemos pensar aunque no tenga mucho sentido común?».

ME EXPLOTA LA CABEZA. TODO MAL, SR MOTOS. Voy a intentar explicarme: que, según las autoridades sanitarias, la obesidad sea un problema social importante no es sinónimo de tener carta blanca para señalar, criminalizar y vapulear a las personas gordas. La dignidad humana es indiscutible. FIN. Luego está el tema de no querer asumirse como lo que uno es: si usted, Sr. Motos, quiere hacer chistes sobre lo que le salga de las narices, está en todo su derecho. PERO ASUMA LAS CONSECUENCIAS. Asuma que el resto de personas que le rodean también tienen el derecho a protestar y a llamarle gordófobo, racista, capacitista, machista o lo que sea. No vale choromicar porque haya reacciones que no le gustan. Yo asumo las consecuencias de mi activismo y de mi posicionamiento de vida Y NO PASA NADA PORQUE NO SE PUEDE TENER TODO, NI INTENTAR GUSTARLE A TODO EL MUNDO.

La respuesta a esta pregunta tan poco tendenciosa (ironía) tiene tela marinera también. Soto Ivars se centra exclusivamente en las teorías de que las personas gordas son las más pobres de la sociedad porque no pueden acceder a una alimentación de calidad. Y sí, algo de eso hay… pero volvemos a lo de siempre: poner el foco en la obesidad como una especie de  sistema de validación social es terrible. La obesidad es una cuestión multicausal y se debe de analizar desde diferentes prismas si lo que de verdad se pretende es conseguir una sociedad más sana y no una uniformidad aspiracional que juega con la frustración de las personas para que sigan siendo consumidoras domesticadas. 

Fomentar hábitos saludables es muy necesario; fomentar el chiste rancio, usando el argumento de que siempre se han hecho y no pasa nada, lo único que demuestra es la psicopatía de una parte de la sociedad.