No he escrito nunca para que me publiquen, así que perdón de antemano por si no sé hacerlo, espero también que las chicas de la web me puedan ayudar a corregir las posibles faltas y cosas que no sepa escribir.

Me he lanzado a escribiros porque le conté esta misma historia a una chica con la que me subí en blablacar, bueno, éramos cuatro en el coche y cada una contó algunas experiencias que había tenido en la vida. Cuatro horas en coche, dan para mucho y más si son compartidas con mujeres preciosas, por dentro y por fuera. El caso es que una de ellas nos habló al resto de esta página y nos animó a escribir para llegar a más gente, nos habló de la bonita comunidad que tenéis aquí montada, nos dijo que aquí se aprendía, se entendía y se amaba y qué queréis que os diga, habéis sido mi regalo del año. 

Bueno, yo tengo sesenta años, soy de un pueblo de la provincia de Cáceres, estoy viuda, vivo sola y viajo mucho a Madrid porque mis dos hijos se independizaron allí, por eso uso Blablacar tanto. Soy una mujer super activa, no paro quieta ni un segundo, me lo paso genial conmigo misma y siempre tengo algún plan en danza para mantenerme entretenida, viva, útil.

Os he dicho que vivo sola, pero la verdad es que eso es desde hace poco, porque hace nada tenía viviendo conmigo a una mujer muy mayor que ya me ha dejado para descansar en paz y su historia es la historia que os quiero contar, la historia de Pilar.

Hace cuatro inviernos yo me levanté bien temprano para ir a hacer la compra y desayunar en el bar del pueblo cuando me encontré en la puerta del super a una mujer de unos ochenta años en la calle, la mujer estaba pidiendo limosna, pero iba muy guapa vestida, iba muy bien peinada y no sé cómo decir esto para que no suene a juzgona superficial, pero el caso es que no era la típica mujer que te imaginas que podría pedir por la calle. Iba muy sencilla, no tenía nada de valor, pero había algo en su cara que no sé, se me clavó un poco su mirada en el corazón.

El caso es que me paré a hablar un ratito con ella, para ver qué le pasaba y así por encima me contó que se había quedado sin casa, que sus hijos no querían tenerla cerca y que ella tampoco quería molestar, así que se apañaba sobreviviendo con lo que le daba la beneficencia y muchas noches el cura la dejaba dormir en la iglesia para no pasar frío.

 

Pues a mi se me partió el alma, la verdad. Le dije que se viniera a desayunar al bar conmigo, que yo convidaba. Se tomó dos buenas tostadas con mantequilla y mermelada y un café con leche calentito tamaño XXL. Yo tampoco tenía nada mejor que hacer aquella mañana que escucharla, sobrevivo de la pensión de viudedad  y lo de hacer la casa y la comida no era nada urgente. Así que me convertí en un par de buenos oídos para Pilar, que los necesitaba más que ese desayuno.

Pilar tenía 84 años y tres hijos, estaba viuda también desde hace un par, sus hijos estaban todos mal de dinero y le plantearon la idea de vender su casita (en la cual vivió toda la vida con su marido) y con el dinero que se sacara repartirlo entre los tres para que pudieran ir todos más desahogados, ella estaba sola y no necesitaba tanto. Sus hijos le dijeron que así podrían pasar más tiempo con ella, que viviría dos meses en casa de cada uno y así podría compartir más con ellos y con sus nietos.

Con el corazón en la mano os lo digo, si hay algo que tenía Pilar era amor. Del puro, del de verdad, del que ni yo misma soy capaz de dar. Pilar era un torrente de bondad. Vendió su casa para ayudar a sus hijos y sus hijos la tuvieron durante dos años con ellos, pero luego se cansaron de cuidar a la abuela y la dejaron en la calle. Literalmente.

Ahí dejé de escuchar y empecé a preguntar, a bombardear. Cómo la iban  a dejar en la calle. Cómo iba a ser eso verdad. Cómo nadie iba a responder por ella. Cómo ninguno de los tres la iba a querer en su casa. Cómo había dado lugar a eso. Y ella lo único que me sabía decir es que lo entendía, que ella daba mucha faena y ellos ya tenían sus vidas, que dios se la llevaría pronto y así todos descansarían.

Os podéis imaginar hasta qué punto esta mujer y su historia me tocaron la patata. Ese mismo día se vino a casa conmigo a comer, a ducharse y ya de paso se quedó a vivir. Cuatro años, sus últimos cuatro años de vida los pasó conmigo y no ha habido bendición más grande en mi vida.

Pilar era una mujer… Es que no tengo palabras para describirla. Con sus ochentaytantos me hacía de comer, me limpiaba la casa, me cosía bufandas, cojines, gorritos, chaquetas, jerseys… Y yo le decía: ‘Pilar que descanses, que tú estás aquí de hotel’ y ella que no, que ella no era ninguna manca ni ninguna inválida, que yo le daba techo y ella me daba hogar. Qué razón Pilar, cuánto hogar me dabas.

El caso es que… Bueno, la edad es lo que tiene y pasa por todos, la vida de Pilar no había sido fácil y nadie es eterno en la tierra. Se puso enferma y los últimos tres meses juntas los pasamos de excursiones constantes al hospital. Cuando la cosa se puso fea me encontré en una encrucijada porque no sabía si llamar a sus hijos o no, a fin de cuentas eran sus hijos y yo no era quién para tomar decisiones. Así que le pregunté a ella y ella me dijo que no, que no los molestase, que ellos estarían ocupados con sus vidas y que ella no estaba tan mal.

 

No le hice caso y claro, maldita la hora. Pilar tenía una libretita siempre en su bolso, una agenda telefónica y no me costó nada encontrar a sus hijos enseguida, me había hablado muchísimo de ellos y tampoco había tantos nombres ahí escritos. Llamé a su hija, asumiendo que por ser mujer sería más fácil hablar con ella, qué equivocada estaba.

Lo que menos le importó fue que su madre estuviera a punto de morir, todo lo que quería saber era quién era yo, de dónde salía yo y por qué yo ‘ayudaba’ a su madre sin conocerla. Dicen que el ladrón cree que todos son de su misma condición. Pues bien, la chica se plantó en el hospital con uno de los hermanos, me hicieron el interrogatorio de mi vida y básicamente todo giraba en torno a saber si yo me quedaba con los 300€ que su madre cobraba de pensión.

Al principio me puse hecha una loca y perdí los estribos no sabéis de qué manera, les quería pegar, de verdad, violencia física. Pero claro, quién era yo allí. Pilar me pidió que me fuera a casa a descansar, que ella se quedaba con sus hijos esa tarde, que no me preocupase.

No sé muy bien qué pasó aquella tarde, no volví hasta el día siguiente y aquellos dos ya se habían ido, no volví a verlos hasta el día del entierro.

No quiero manchar esta historia tan bonita con el feo final, pero en resumen os diré que me denunciaron, me acusaron de haberle robado a su madre la pensión durante los años que estuvo conmigo (jamás vi un duro de ese dinero, os lo prometo) y de haberme quedado con sus ‘joyas’. Todo lo que tengo es una cadenita de oro con un Cristo y una Virgen, la cual me dio Pilar estando en el hospital y la cual se irá conmigo a la tumba porque no pienso quitármela en la vida.

Gané el juicio sí, pero no sabéis lo mal que lo pasé. Yo prácticamente no tenía pruebas de nada, el dinero de Pilar nadie sabe dónde está aún a día de hoy y esas personas son malas, querían sacarme a mí mi dinero por haber cuidado de su madre cuando ellos no lo habían hecho jamás.

No sé muy bien cuál es la moraleja de esta historia, supongo que hacer saber que hay gente muy buena y gente muy mala, que el mundo es tan bonito como feo, pero que siempre, siempre compensará más una Pilar en la tierra que tres hijos suyos.

Allá dónde estés, espero que estés haciendo hogar.

Te quiero.

 

Almudena