¿Os acordáis de esas colonias hippies de Ibiza de los años 60, en las que los hijos eran criados entre todos los miembros? 

Pues mis amigos, palabrita, os juro que pensaban hacer algo así con su retoño.

Cuando nos comunicaron que estaban esperando un bebé todo fue alegría, felicidad y celebraciones. Éramos cinco en el grupo: mi -por aquel entonces- pareja, los padres de la criatura, otro chico y yo.

Eran los primeros de mis amigos en traer descendencia a este mundo y estábamos todos en una nube de la emoción, así que ayudábamos en todo lo que podíamos.

“Andrea, ¿puedes ir a comprar este carrito? Es que como estamos embarazados no podemos coger peso” (si, tal cual así, en plural).

¡Sin problema!, yo voy. Y de paso lo pago, que pobrecitos que cabeza tienen, seguro que se les ha olvidado darme el dinero.

Novio de Andrea, ¿puedes venir a montar la cuna y los muebles de la habitación del bebé? Es que estamos con la ciática con el embarazo y no podemos movernos de la cama. Pobrecitos, si es que en un embarazo se debe de pasar muy mal. Tranquilos, que nosotros nos encargamos.

Y no sé cómo lo hacían, pero los tres acatábamos todas sus órdenes. Y sin dudarlo ni un segundo.

Ni os cuento el dinero que nos gastamos en preparar la llegada de aquel niño. Al final, entre los tres miembros del grupo que no íbamos a ser padres (biológicos al menos), compramos los muebles de la habitación, la pintura, el carro, el asiento del coche y la ropa.

Pasaron los meses y nació la criatura. 

Nos pidieron que si podíamos acercarnos a su casa en nuestros días libres porque ellos estaban recuperándose de la cesárea y no podían hacerse cargo. Vale, os ayudamos. Durante los dos primeros meses siempre uno de los tres estuvo en su casa.  Nos encargábamos del niño, de las comidas, de limpiar la casa, de hacer la compra, de las visitas al pediatra y de todo lo que os podáis imaginar.

Por suerte, mi novio y yo trabajábamos a turnos, y el tercer amigo tenia mucha flexibilidad para trabajar, por lo que nos apañamos. Además, era verano, por lo que teníamos vacaciones que gastamos con gusto para echarles una mano.

Un día, algo hizo click en mi cabeza. Estábamos criando a un hijo que no era nuestro.

Lo hablé con mi pareja, pero no pensó que fuera para tanto.

Un día, nos citaron a los tres en su casa.

Ella iba a terminar pronto la baja por maternidad y teníamos que mirar cómo nos íbamos a organizar con el peque.

¿A qué se refería? Pues a mirar los horarios de trabajo de nosotros tres, para asegurarse de que siempre había alguien libre para quedarse con el peque.

La conversación fue tal que así:

  • ¿Y por qué no pides tu turno de tarde en el super donde trabajas? Así, el padre trabaja de mañanas y tu de tardes. Lo tenéis arreglado.
  • Paso, el turno de tarde es una mierda. Mejor vosotros.
  • ¿Y por qué no buscáis una niñera, o una escuela infantil?
  • Porque eso cuesta dinero. 
  • Bueno, un día puntual que lo necesitéis lo hago, pero todos de costumbre no. Trabajo a jornada completa, voy a clases de inglés y de francés, y este año sabéis que quiero volver a estudiar, tengo que ir a clase.
  • Hombre, lo suyo es que dejes las clases. Esperábamos que saliera de ti, pero como parece que se te ha olvidado, te lo recordamos. Ahora tienes otras responsabilidades, no puedes perder el tiempo yendo a clases.

¿¿¿Peeeeeeeeeeeeeerdoooooooooooooonaaaaaaaaaaaaaa???

Menos mal que el click que había sonado en mi cabeza tiempo atrás, sonó por fin en la cabeza de los demás, y les dejamos las cosas claras sobre quienes eran los padres de ese niño, y sobre cuáles eran nuestras responsabilidades con él.

El niño empezó a ir a una escuela infantil y, nosotros aun nos quedábamos con el peque de vez en cuando.

Cuando de vez en cuando se convirtió en todos los días (que cierto es eso de que das la mano y te toman el brazo), tuvimos que pararles los pies de nuevo, y nos quedamos sin amigos. Pero eso es ya otra historia.

 

Andrea.