Hace relativamente poco una conocida me dijo que lo que más le gustaba de los niños era que viven en su mundo de inocencia y fantasía, y yo obviamente discrepé. Y es que los niños no sólo se enteran de mucho más de lo que parece, sino que si les prestamos atención pueden darnos lecciones tan inolvidables como la que nos dio mi sobrina Valeria a su madre y a mí el día en que cumplió 6 años.

Mi sobrina siempre ha sido una niña sociable pero muy selectiva. No es que sea quisquillosa ni que le cueste hacer amigos, simplemente hay gente que le cuadra y gente que no, como a todo el mundo, y si por ejemplo llega a un parque y no hay ningún niño que le caiga bien prefiere quedarse sentada en un banco y jugar ella sola con sus juguetes que obligarse a jugar con otros niños. Ella tiene sus amiguitos del cole, claro, pero hay otros niños con los que no se lleva bien a pesar de que su madre sí que se lleve divinamente con el resto de mamis, y, ¿qué significa esto? Pues significa que normalmente las fiestas de cumpleaños suelen incluir a prácticamente toda la clase independientemente de que el cumpleañero se lleve bien con todos o no. A mí mi hermana ya me había contado en alguna ocasión que la niña se había pillado el berrinche por no querer ir al cumple de Fulanito o de Menganita y que había tenido que convencerla prometiéndole tarta o cualquier otra cosa, y yo, que entiendo bien a la pobre porque a mí tampoco me han gustado nunca los convencionalismos sociales, siempre la he dicho que si Valeria no quiere ir a un cumple buena gana de obligarla y de hacer que pase un mal rato, a lo que mi hermana quitaba hierro al asunto diciendo que es que a ver, que tampoco puede hacer eso, que está feo rechazar una invitación de alguien con quien pasas tanto tiempo y con quien te llevas bien. Lo que olvidaba mi hermana era que sí, ella podía llevarse genial con todas las madres, pero no tenía por qué ser el caso de Valeria con sus hijos, y esto fue lo que nos dejó clarísimo mi sobrina el día de su cumpleaños. 

Lo celebramos en la típica hamburguesería con zona de juegos infantiles ubicada en un centro comercial, y de verdad que al poquito rato de llegar identifiqué a los críos a los que mi sobrina no soportaba y tal vez esto suene fatal, pero la comprendí perfectamente: una de las niñas estaba empeñada en que el primer trozo de tarta fuera para ella mientras otros dos gateaban por debajo de las mesas pellizcando las piernas del resto, y otros dos montaron el pollo porque querían ser ellos quienes sacasen los regalos de mi sobrina de sus cajas.

A todo esto, mi sobrina, en el centro de la mesa, apretaba los puñitos con la mirada en un punto fijo, como tratando de contener el llanto o la rabia, y su madre no se daba cuenta porque estaba de cháchara con el resto de madres que tampoco estaban haciendo ni puñetero caso a sus criaturas. Iba a acercarme a mi sobrina para tratar de distraerla o de convencerla para que se fuese a jugar con sus amiguitos cuando todo estalló: uno de los niños se acercó a ella con un paquete y lo abrió delante de sus narices con una sonrisa socarrona. En ese momento mi sobrina pegó un grito que hizo retumbar todo el establecimiento y salió corriendo, atravesó la puerta de la hamburguesería y se sentó en unos escalones a llorar. Su madre y yo la alcanzamos enseguida y tratamos de consolarla, pero sus lágrimas eran más de rabia y de impotencia que de pena, y durante un rato, por más que la preguntamos y que tratamos de animarla, no dijo nada.

Fue cuando mi hermana trató de explicarla que esos niños eran sus amigos y que seguro que no tenían intención de hacerla enfadar cuando abrió la boca y nos dejó mudas: ‘’pero mami, es que esos niños no son mis amigos, sus mamás son amigas tuyas, pero a mí ellos no me caen bien’’. A pesar de esto, mi hermana trató de encauzarla diciendo que tenía que comprender que, como ellos siempre la invitaban a sus cumples, ella tenía que hacer lo mismo, a lo que ella respondió: ‘’pues es que no quiero ir más a sus cumples porque no me lo paso bien, así yo no tengo que invitarles al mío’’. Mi hermana me miró buscando ayuda, consejo o apoyo, pero lo único que pude hacer fue decirle que la peque tenía toda la razón del mundo. Valeria, al ver que al menos yo la apoyaba, dejó de llorar y miró a su madre esperando a ver cuál era su veredicto, y ella no pudo hacer otra cosa que darle la mano a su hija y prometerla que no volvería a obligarla a ir a cumpleaños a los que ni quisiera ir ni a invitar al suyo a niños que no le cayesen bien. Así, mi hermana tuvo que dar explicaciones a su chupipandi de mamis del cole, porque sí, podría haber puesto excusas para no llevar a su niña a los cumpleaños, pero el momento de repartir las invitaciones sería de lo más incómodo. ¿Esas mamis lo entendieron? Pues no, de hecho, salvo una de ellas, las demás se lo tomaron como una ofensa personal. ¿Le importó a mi hermana? Para nada, porque su hija era feliz compartiendo las celebraciones con sus amigos y amigas, demostrándonos que los cumpleaños y el resto de celebraciones no deben ser un evento en el que quedar bien, sino un momento para compartir con las personas a las que queremos.

 

Con1Eme