Aunque tratemos de ocultarlo muchas veces con una tímida sonrisa para no preocupar a los nuestros, todos atravesamos por duras épocas de oscuridad. 

Por oscuridad me refiero a todos esos momentos en nuestra vida donde nos sentimos perdidas, sin rumbo; donde nos damos cuenta de que muchas de las creencias que sostienen nuestra vida ya no nos funcionan y necesitamos nuevas herramientas; donde nos preguntamos si realmente nos gusta nuestro trabajo, nuestra pareja o incluso la persona en la que nos estamos convirtiendo. Y cuando las sombras llegan, se clavan en nuestro pecho en forma de ansiedad y nos abrazan tan fuerte que parece que nunca van a volver a separarse de nuestro lado. 

Sin embargo, aunque asuste, toda esta oscuridad es necesaria para despertar, para dejarnos llevar por nuestra intuición y separarnos de todo aquello que nos impide avanzar. Es necesario escucharla, darle espacio para expresarse y recordar que, como cantaba Leonard Cohen en Anthem, “there is a crack in everything, that’s how the light gets in (hay una grieta en todo, así es como entra la luz)”. Y es en esa luz que se cuela entre las grietas en la que quiero centrarme hoy, porque también es la que me ayuda día a día a enfrentarme a mis miedos, inseguridades y fantasmas; la que me hace centrarme en el presente y encontrar todos los días una razón por la que levantarme.

Muchos buscan esa luz en las grandes cosas: la casa de sus sueños, casarse, ascender en su trabajo, acabar una carrera y un sinfín de eventos que marcan las vidas de las personas. Pero, aunque esas cosas sumergen a las personas en una felicidad temporal, no dejan de ser eventos que pasan en contadas ocasiones dentro de una vida. 

Es, sin embargo, en las pequeñas cosas del día a día donde yo he encontrado poco a poco la esperanza, la ilusión y la calidez necesarias para ir cogiendo fuerzas e ir conociéndome a mí misma: despertarme al lado de la persona que quiero y desayunar tranquilos sin una pantalla alrededor, largos paseos en la playa o en el monte que me hacen apreciar el mundo tan bonito en el que vivimos, los abrazos de mis amigas cada vez que nos vemos, las conversaciones con mi madre, la sonrisa de mis compañeras de trabajo cuando les felicito por cualquier cosa que hayan hecho bien, la carita de felicidad de mi hermano al darle un besito (que es nuestro único lenguaje), cada vez que una persona me da las gracias, jugar con mis primos, las noches de desvelo cuando leo una de esas historias que me llegan al corazón… Cada una de estas pequeñas cosas me hace grande, porque me recuerdan que pase lo que pase, incluso cuando esté tan en el fondo que me cueste respirar, siempre habrá algo en mi día por lo que seguir viviendo.

 

«La esperanza es la única cosa más fuerte que el miedo» – Los juegos del hambre

 

Cada persona tiene su lista de pequeñas cosas que le dan sentido a todo. Yo os invito a que recordéis cada una de ellas, que intentéis buscar en vuestro día a día las pequeñas cosas que os llenen de valentía y agradecimiento, y también, a que no os sintáis nunca culpables por sentir oscuridad, por necesitar un tiempo para reconectar con vosotras y a que recordéis que sentir nos hace bellas, mágicas y mucho más humanas.