Había una vez, una niña. Una niña que no se quería. Que no hacía más que pensar en lo que opinaban los demás de ella, y no en lo que ella misma creía.

Esa niña crecía, y con ella sus inseguridades. Miraba a su alrededor, veía a gente enamorada, las películas se lo confirmaban. Pero nadie se enamoraba de ella.

«¿Qué es lo que falla?», se preguntaba. «¿Por qué nadie me quiere?», solía pensar. «¿Nadie se va a enamorar nunca de mí?», llegó a creer.

Llegó un momento, cuando esa niña ya no era tan niña, en el que se dio cuenta de que algo iba mal. Hasta ese entonces ni se lo había planteado. Pero se percató de que tal vez no era así como debía pensar.

Estaba teniendo lo que creía merecer, y no creía merecer nada. No tenía nada. Por no tener, no se tenía ni a ella misma.

Algo hizo clic en su cabeza. Bueno, fue más bien una explosión, el Big Bang que lo generó todo.

¿Y qué es lo que se creó en la cabecita de esa niña? El amor. El amor que no había encontrado fuera, se creó desde dentro. Porque ese debería ser el auténtico inicio del amor: de dentro hacia fuera, y no al revés.

Entonces, la niña comprendió muchas cosas. Entendió su error de cálculo, el fallo en sus hipótesis. El verdadero amor que empezaba a sentir por ella misma le explicó que lo que había buscado hasta el momento no existía, era una quimera, un mito.

Lo que sí existía era lo que sentía ahora, y lo que hiciese con ello también sería importante. La niña sabía que no sería fácil, pero sabía que si en algún momento otra persona se enamoraba de ella sería porque ella se amaba a sí misma, y no para que ella se amase a sí misma. Y valdría la pena.

También sabía que mucha gente se enamoraría de ella. Pues claro que sí. Porque era única, irrepetible y maravillosa a su manera. Seguramente no sería como decían los cuentos, ni siquiera como había visto a su alrededor, pero sería real. Muchas veces no sería el amor romántico que ella soñaba, y no le importaba. Sería amor, a secas. Hacia personas, hacia animales, hacia momentos. Y de todas esas cosas hacia ella. El falso sueño ya no existía, ahora tenía uno real.

¿Y cuál era su sueño? VIVIR. Con el amor que ella había creado para sí. Y ese amor crecería y llegaría a sus seres queridos, a los que ya podía amar sin reservas.

Esa niña era yo. O tú. O cualquiera. Esa niña somos todas.

 

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