Hace unos cuantos años me diagnosticaron SOP (síndrome de ovario poliquístico) y desde entonces he vivido pegada a las hormonas artificiales. Este síndrome, entre muchas otras cosas, me hace tener unos ciclos menstruales totalmente irregulares (llegando incluso a pasar casi un año sin regla). Para controlar estas fluctuaciones producidas por las alteraciones hormonales, siempre me han aconsejado tomar la píldora. A lo largo de mi vida adulta he tomado distintas marcas, distintos principios activos y con distinta finalidad.

He tenido tres hijos. Algo increíble, supongo, para la primera ginecóloga que me diagnosticó, que me vino a decir que si me quedaba embarazada sería un milagro y que lo más seguro era que jamás tuviese un embarazo que superase el primer trimestre. Pues si, finalmente fueron 3 embarazos y 3 bebés sanos (no sin un miedo atroz durante el proceso gracias a las palabras alentadoras de esta señora). Sí es cierto que la primera y la última vez me costó bastante tiempo conseguir el embarazo y que los ciclos irregulares no me lo pusieron fácil pero, teniendo en cuenta que conseguí los tres embarazos y ahora que no quiero tener más, debía tener precaución.

Tras el último parto mis hormonas enloquecieron, mi olor corporal mutó al de una mofeta y mi piel volvió a los 16, por lo que convivían arrugas y acné a partes iguales. Así que no me sorprendí cuando la matrona que me hacía el seguimiento post parto me recomendó tomar la píldora. Yo pretendía seguir adelante con la lactancia, así que me recetó lo que llaman “la mini píldora”. Esto significa que, si una píldora común contiene estrógeno y progestina, la mini solamente tiene la segunda de estas hormonas y, a priori para una ignorante sobre la materia, menos hormona artificial debe ser mejor para tu cuerpo, eso pensé, pero… ¡No!

Mientras esperábamos por la cita en la que mi marido se realizaría una vasectomía, yo tomaría la pastilla que me habían recetado, así mientras mis hormonas volverían a la calma (al menos al estado habitual) y dejaría de sudar bombas fétidas. Después de la operación buscaría la manera de regular el resto de síntomas de forma más natural y no tendría que dejarme medio sueldo cada 3 meses en tests de embarazo cuando la regla no me bajase más.

Mi post parto no estaba siendo especialmente difícil. Gracias al nuevo permiso de paternidad, esta vez no me quedé sola como las otras veces a los pocos días de parir. Así que tenía a mi marido conmigo, acompañándome en el proceso y encargándose de las cosas que yo no podía gestionar en ese momento. Por lo que, aunque el principio de la lactancia no fue el mejor, había días en que dormíamos muy poco y no pillase el verano con 2 niños mayores aburridos a la vez que una bebé que llora; todo fue bastante fácil con él en casa.

Pero, aproximadamente cuando mi bebé tenía unos 3 meses, empecé a sentirme mal, como deprimida, triste. Lo achaqué al post parto, hice lo que pude por desahogarme y sentirme entendida, pero entonces empecé a sentir mucho mucho enfado. Me cabreaba constantemente. Siempre con él. Sentía una aversión terrible hacia cualquier cosa que él hiciera, todo me molestaba, todo me parecía mal… En muchas ocasiones me enfadaba con un motivo que hoy en día sé que era real, sé que hoy también me enfadaría, pero no tanto. Mis enfados nunca iban a menos y, cada vez que él metía la pata con algo, yo sentía una rabia terrible en mi estómago que me ardía por dentro y que no sabía cómo apagar.

Por las noches pensaba sobre todo lo que había sentido durante el día e intentaba buscar una explicación. Quizá ya no le quería, quizá estaba enloqueciendo. No es muy frecuente, pero después de dar a luz puedes experimentar episodios de psicosis y quizá era eso lo que me estaba pasando. Pero me di cuenta de que yo era consciente en todo momento de que aquellos sentimientos que yo tenía no tenían fundamento. Objetivamente, yo amaba a mi marido, pero cuando se prendía la mecha no podía estar en el mismo lugar que él. Sentía cosas horribles y él no se lo merecía, pero no sabía qué hacer.

Una mañana me crucé con una compañera de cuando estudiaba en el instituto y nos pusimos al día de nuestras vidas “Yo tuve dos niñas”, “Pues yo acabo de tener a la tercera” y todas esas cosas. Hablando de nuestras familias me dijo que ella no quería tener más y, por eso, su marido se había operado. Yo le dije que nosotros estábamos esperando a que lo llamasen, pero llevaba ya casi un año en lista de espera. Entonces ella me dijo algo que salvó mi matrimonio: “Es que después de la pequeña me recetaron la mini píldora y casi me vuelvo loca, así que no, decidimos cortar por lo sano, ya que no queríamos tener más. Cogí una depresión horrible, estuve realmente mal, además estaba siempre enfadada y, sin más, no soportaba a mi madre, con lo bien que nos llevamos siempre, todo lo que me decía me sentaba mal. Y, oye, fue dejar de tomarla…” Le pregunté qué tomaba y, efectivamente, era la misma que yo. Que no es una cuestión de marcas, la misma la toman varias amigas mías y están encantadas, pero hay algunos efectos adversos que se repiten, lógicamente. Si es que es por algo que el prospecto de esas pastillas es de largo como una sábana…

Ese día llegué a casa aliviada por pensar que quizá no estaba perdiendo el norte ni me había vuelto mala persona. Llamé a mi marido al trabajo para contarle mi conversación con mi amiga y, al llegar a casa cambiamos mi desodorante por uno de farmacia y tiramos las pastillas que quedaban al punto sigre. Con esta pastilla no tenías descanso, así que no tenías esas falsas menstruaciones que provocan las píldoras combinadas, por lo que, poco después de dejarla empecé a tener la regla de nuevo.

Mi marido fue a preguntar por su operación y poco después lo llamaron, así que ahora me permito regular mis hormas con suplementos naturales y mis emociones vuelven  estar en su sitio sin preocuparnos por un embarazo.

Ahora estoy bien, pronto me haré una analítica para confirmar que todo sigue donde debe y, si no hay un motivo de salud extremo, no pienso volver a hormonarme nunca más.