Mi prima me hizo imperfecta y rebelde.

 

Nos llevamos como cinco meses, nací un poco antes que ella, es casi lo único en lo que la he ganado, pero íbamos al mismo curso. Ella vivía en Toledo y yo en Madrid, de hecho mis padres eran los únicos de la familia que vivían fuera de Toledo, otro estigma más para mi, siempre fui la niña de la capital . Soy consciente de las comparaciones que sufrí desde los seis o siete años, de antes no tengo recuerdos, pero seguro que nuestros primeros pasos también marcaron nuestra relación y seguro que ella los dio antes.

Físicamente éramos muy diferentes, yo bajita, morena, ojos medio marrones, gordita. Mi prima alta, estilosa, pelo castaño claro, ojos azules, piel de porcelana, casi no parecíamos ni de la misma familia. Por suerte, el resto de mis primos llegaron un poco más tarde y se libraron de la maldita competición que, sin querer, se creó en mi familia.

Es cierto que a veces es inevitable caer en roles sociales y de ahí raramente te saca nadie, tampoco es que sea bueno o malo, simplemente sucede. Todo eran comparaciones y no vinieron nada bien para mi desarrollo personal.

Si yo necesitaba dos horas para aprender la lección de historia, mi prima con abrir el libro iba de diez y la narraba con una gracia y un salero que la aplaudían, a mi me mandaban cerrar el libro y recoger los juguetes. Si yo dibujaba como una niña de mi edad, bueno un poco peor, mi prima te hacía un Rembrandt y la apuntaban a clases de dibujo porque pintaba como nadie e iba a ser una artista.

Si yo era capaz de resolver los  problemas matemáticos acordes a mi curso y edad en tiempo normal, ella aprendió a hacer fracciones mil antes de tiempo. Si yo me apunté a gimnasia rítmica y no se me daba muy mal, mi prima iba a rítmica, artística y natación, todos pensaban que iba a ser olímpica.

Cuando descubrí que la música me gustaba y se me daba bien el teclado, a ella la compraron un teclado mejor y la apuntaron a clases de guitarra y al coro de la iglesia porque tenía una voz angelical..

Leyendo no me pudo nunca, algo se me daba mejor que a ella, que para eso era hija única, pero ni lo aprovechaba, para qué, total luego ella se aprendía de memoria cualquier texto hortera y lo recitaba cual juglar en palacio para el deleite familiar.

Ahora leo esto que escribo y me da risa, porque al final la vida es paciente y no es que ponga a cada uno en su sitio, pero nos acomoda de forma no despectiva. Recuerdo que mi relación personal con mi prima era buena a pesar de todo, en el fondo hasta era maja. Tampoco es que nos viéramos en exceso viviendo en ciudades distintas, sobre todo éramos nosotros los que íbamos a Toledo. Si tengo recuerdos de envidia o celos, son contados, era más frustración por querer ser más que ella y no llegar ni a su altura. En su defensa diré que ella tampoco se mataba por superarme, sencillamente seguía las pautas que le marcaban.

Supongo que fue inevitable que nuestros caracteres se moldearan a esa forma que pensábamos que era normal. En mi caso, huyo las batallas, sobre todo si tengo alguna duda de no ser capaz de ganarlas, eso de competir a lo tonto, nunca ha ido conmigo y la psicología inversa de retarme a hacerlo con el rollo de que no sabía hacerlo, no funcionó, cada uno desarrolla sus defensas acorde a los ataques sufridos.

Hoy en día apenas tenemos relación, nuestros caminos se separaron cuando ella empezó la universidad, casualmente en Madrid, se echó novio, acabó la carrera, se fue a vivir fuera, se casó, tuvo hijos, tiene su propio negocio y su parte familiar con respecto a la nuestra, no existe. Que es una pena, seguramente, que lo mismo de tantas expectativas su realidad no es suficiente para ella, quizá, tampoco lo sé ni se lo he preguntado nunca. Quien soy yo para juzgar la felicidad ajena si no soy capaz de gestionar la mía.

Moraleja, apoyemos los puntos fuertes, dejemos comparaciones a un lado y permitamos que los niños crezcan felices e ignorantes que bastante duro es ya lo que los espera después.

 

Anónimo