Cada vez que vengo a terapia me pongo pensativa.

El camino siempre es igual, pero yo no siempre he sido la misma. Ahora ha pasado el tiempo, ahora ya le he puesto nombre a lo que me pasa; tengo un trastorno ansioso-depresivo. Y las sesiones y la medicación están haciendo su trabajo.

Habitualmente venía llorando, acompañada de ojeras, capucha y ropa pijamosa. Los chorros de sudor también fueron mis compañeros durante bastante tiempo. La mirada nunca se fijaba en unos ojos.

Siete días entre sesión me parecían un mundo y a veces no los aguantaba. Escribía de manera compulsiva para salvarme. Vomitaba palabras directamente del cerebro sin procesar, que después leídas, eran un dibujo perfecto de lo que me pasaba por dentro. 

También traía mis dibujos, una extensión perfecta de mis palabras.

La sala de espera siempre ha sido un mundo curioso para mi. Siempre me hace reflexionar. Aunque no siempre he podido fijarme en las personas que me rodeaban, porque al principio prefería estar metida en mi muro de ladrillo con capucha de algodón. Por aquí pasa gente variopinta. No se sabe quién es el paciente y quién el acompañante. Aunque la ayuda beneficia a todos. Hay caras. Miradas al infinito y miradas cabizbajas. Una tranquilidad a veces narcótica y a veces queriendo ocultar las preocupaciones.

Me gusta este sitio. Me ha salvado. Me ha ayudado a salvarme a mi misma. Mi gratitud será eterna.

Ahora vengo de visita, casi por venir. No lo necesito. Mi médico lo sabe, yo lo sé. Pero sólo saber que vengo es mi medicina. Me cura, me alivia y me calma. 

Por suerte y gracias a ellas he salido del agujero, hace ya algún tiempo. Puedo seguir mi vida, con sus cosas, como las personas. La vida ya no me pesa. Pero me gusta saber que puedo venir, ahora una vez al mes y espaciándolo, hasta que llegue el día de decir adiós. No me da miedo, aunque si pena, porque me siento bien. 

Atrás quedaron los días de querer ingresar, las ganas de rasgarme las vestiduras, el llorar, llorar y llorar, la mandíbula tensa y los pensamientos furtivos.

Ahora vivo. Rompí el muro, conseguí por fin ser yo. 

Quisiera una despedida bonita. Quisiera escribir unas palabras a mis médicas, porque no creo que haya un regalo material con el que poder expresar mi gratitud.

Un lugar maravilloso. Un trabajo heroico.

 

Mari.