Mi mejor amigo es fotógrafo. Lo ha sido desde que tenemos 14 años y le regalaron su primera cámara, pero ahora lo es oficialmente. Ha concluido sus estudios (los trescientos cincuenta y cuatro cursos que ha hecho) y, por primera vez, se atreve a decir: ‘soy fotógrafo’. Antes siempre decía que era un ‘aficionado a la fotografía’, ese es el nivel de respeto que tiene por la profesión.

Yo no soy una chica normativa, nunca lo he sido. Orgullosa puedo decir que los días grises se fueron y que ahora solo vuelven de muy vez en cuando, pero llena de tristeza os diré también que fueron muchos, muchísimos los días grises en un pasado demasiado cercano. Me sentía fea, creía que estar gorda era el peor de los defectos, estaba convencida de que nunca jamás podría quererme siendo así, un monstruo. Era la palabra que siempre se me venía a la cabeza cuando me miraba al espejo: ‘monstruo’. 

Jaime, mi mejor amigo, tiene su primera cámara desde los 14 años y desde entonces está dándome la matraca con hacerme una sesión y yo me niego, una y mil veces. ‘Que no Jaime, que paso, que se las hagas a otra, que yo no voy a salir bien’. Y él dale que te pego ‘que te la quiero hacer a ti, que eres guapísima y súper tonta, ya verás como te gusta’. Y así hemos estado años. Exactamente trece.

Jaime tenía que hacer su ‘trabajo de fin de master’ y ¿cuál fue su idea? Fotografiarme a mí. Le dije que no, que ni de coña, que dejara de insistir con lo mismo. Pero esta vez al parecer el muy pesado no estaba listo para darse por vencido. Me escribió  una carta ‘oficial’ para pedírmelo, me mandó un mail, me escribió por TODAS las RRSS (instagram, facebook, twitter, LINKEDIN y hasta wallapop) suplicándome, finalmente vino a mi casa, se sentó frente a mí, me cogió de las manos y me dijo: ‘por favor, déjame fotografiarte una sola vez, si no te gusta el resultado, prometo borrar todas y cada una de las fotos’. 

Y me fotografió, vaya que si me fotografió. Desde todos los ángulos posibles, al principio estaba incómoda, luego poco a poco empecé a divertirme, a pasármelo bien, a mirarle bonito, a sentirme yo. Y sonaron clicks y se dispararon flashes y sonrisas y miradas y amor. Esa tarde el amor se disparó por todo el estudio y lo peor de todo es que yo no me di cuenta.

Dos días después me escribió ‘ven a ver el resultado’. Y… aún no tengo palabras para describir lo que vi allí. Me vi feliz, me vi mujer, me vi completa, me vi guapa, qué coño, ¡me vi preciosa! Y era… yo, simplemente. Os podrá parecer una tontería, pero me puse a llorar como una niña pequeña. Ahí estaba mi realidad, estaban retocadas las fotos por supuesto, pero no escondían nada. No escondían mis más de cien kilos, los abrazaban, los querían, los hacían bonitos.

Jaime me miró mirar y cuando terminé me preguntó: ‘¿las borró?’

Y como respuesta le besé. No me preguntéis por qué lo hice, porque aún no lo sé. Somos amigos desde primaria, siempre nos hemos sentado juntos en clase, siempre ha sido ‘el amigo de la gorda’, siempre hemos sido Jaime y Tere, los inseparables mejores amigos para siempre. Y de repente, sin pensarlo, sin saberlo, sin explicármelo, sin esperármelo, le besé.

Y me correspondió, vaya que si lo hizo, como que acabamos follando allí mismo, frente al mac con mis fotos. ¿De dónde salía toda esa pasión, todas esas manos desesperadas, esos besos frenéticos, esas lenguas recorriendo centímetros sin pausa? Aún no lo sé y no sé si algún día lo haré.

Solo os diré que le pusieron matrícula de honor y que llevamos más de cinco meses juntos y, bueno, llamadme loca, pero creo que esto es para toda la vida, no puede ser de otra manera.

 

Tere

 

Envía tus historias a [email protected]