La superprotección m(p)aterna que vuelve inútiles a hijos de 30 años

 

Estoy preocupada. Estamos preocupadas, ya que somos un grupo de amigas que no sabemos cómo gestionar esto; ni siquiera, si nos corresponde a nosotras gestionarlo. Pero, insisto, nos preocupa. 

Tenemos una amiga de 30 años que vive como su tuviese 10. Hija única, sus padres -que son unas maravillosas personas- han caído en el “error” de (super)protegerla hasta el punto de volverla una “inútil”. Y ella lo sabe, pero vive en el eterno dilema interno de “qué cómoda estoy” versus “no he avanzado nada en las últimas dos décadas”. 

De cara al escaparate aparenta ser la persona más feliz del planeta, pero si te interesas en acercarte un poco más te das cuenta de la pena que arrastra su alma. Y te sabe mal. Os sitúo… 

El trato infantil que roza lo enfermizo 

Sus padres lo solucionan todo a golpe de talonario. Si quiere una figura de colección de 500 pavos, al día siguiente la tiene; si se le antoja una prenda de ropa de marca, empezar algún hobbie, lo que sea, lo quiere y lo tiene. Es fantástico que unos progenitores puedan apoyar económicamente a sus hijos, pero la han convertido en una persona que no aprecia el valor de las cosas. 

El último cumpleaños al que fuimos, el de los 30, fue una fiesta sorpresa organizada por sus padres en un parque de bolas. Oye, que me parece una idea cojonuda ir a tirarnos por toboganes siendo adultos. Lo que nos impactó fue la presencia de sus personajes favoritos de películas Disney. A mi hija de tres años le contratamos a la Patrulla Canina; a ella vinieron a felicitarla los protagonistas de Frozen. Fue un poco raro, sobre todo teniendo en cuenta el contexto. 

Después de la pandemia, organizamos dos viajes entre amigas. Al primero de ellos no vino porque la madre decía que si no iba sola a la ventita de la esquina cómo se iba a desenvolver sola en una gran ciudad europea; al segundo sí se sumó, pero los padres vinieron a buscarla al tercer día porque se agobió. Que si tenía hambre, sed, que si estaba cansada, que no dormía bien, todo estaba lejos, no valía la pena. Hicimos un esfuerzo enorme por empatizar con ella, pero nos arruinó las vacaciones con tanta queja.  

Nunca ha tenido pareja. No ha querido ni la han querido. No ha besado. No ha sentido, ni para bien ni para mal. Los horarios de sus padres, su obcecación por acompañarla hasta el cine si viene con amigas ha condicionado sus relaciones sociales. 

La carencia de obligaciones

Nos conocemos de toda la vida y yo con 8 años tenía más responsabilidades que mi amiga de 30. Ella ni estudia ni trabaja, pero tampoco colabora en las tareas domésticas ni en el cuidado de los animales. Se acuesta a las 10 de la noche y se levanta a las 12 del día. Su vida se reduce a leer y jugar a videojuegos. Tiene formación universitaria, pero las veces que ha decidido ponerse a trabajar no supera el mes: el horario es una mierda, la jefa me tiene manía, me pagan poco, me exigen demasiado, y así.

Hace cuatro años dijo que no volvería a trabajar y que probaría a hacer directos -primero en YouTube, después en Twitch- jugando a videojuegos. La cuestión es que tampoco se lo toma como un curro: invierte un máximo de dos horas al día y cualquier excusa es buena para no hacer directo: tengo que salir a comprar un regalo de cumpleaños, llevar el gato al veterinario o ir a limpiar el coche; yendo a todo eso acompañada. Jamás hace nada sola, siempre la acompaña algún familiar. 

Si tiene médico, la acompañan. Si quiere comprarse un libro, la acompañan. A las entrevistas del trabajo, también. Incluso, cuando ha trabajado, la llevan al trabajo. Ella tiene carné y coche propio, pero miedo a conducir. 

Se le llena de boca hablando de espíritu de lucha y sacrificio. Ella te dice: “He tenido un día de locos” cuando solo ha salido a hacer un recado con su madre. Te lo cuenta como una hazaña, como si hubiese subido en plato grande y piñón pequeño El Angliru. 

La creencia de que se lo merece todo 

Ella te puede hacer mil y un feos. No te pregunta cómo estás, no le interesan tus problemas porque “bastante tiene con los suyos”. Incluso, en una ocasión, a una de nuestras amigas el ayuntamiento de su pueblo le dio una mención honorífica y ella no fue porque “tenía directo”. Eso sí, como faltes un día a su directo, te hace la cruz durante un par de semanas. Para ella debemos estar siempre, pero ella para nosotros… nunca. Y me genera muchísima tristeza porque… 

Sé que está tocada. Vive empastillada: antidepresivos, ansiolíticos, hipnóticos. Intentas hablar con ella porque te sabe mal, la quieres ayudar, te encantaría que dejase toda esa mierda, pero…, a veces creemos que disfruta regodeándose de lo mal que está. Suena fatal, ¿vale? Y nos jode pensar así, pero… se ha aferrado a su cartel de víctima, en su zona de confort y no sabe cómo liberarse.

¿Qué podemos hacer? No lo sabemos, pero cada vez estamos más cansadas y algunas del grupo ya no quieren tratarla. Más allá de sus padres, somos lo único que tiene… 

Anónimo