Si estás abierta a todo, conseguir planes para una tarde es la mar de fácil.

Contando esta historia voy a quedar como una salida, una golfa y una persona de moral distraída, pero no te haces ni una idea de lo bien que me sentó.

Estoy en una etapa de mi vida de autodescubrimiento, y parece que Samantha Jones y Barney Stinson estén dentro de mí. Soy una depredadora nata y no sé que pasa que me siento muy atraída por jovencitos.

La cosa está en que había quedado con ‘un amigo’ y estábamos hablando de fantasías y deseos que no se suelen compartir, al no ser que no te vayas a sentir juzgada. Le confesé dos: que me miren haciéndolo y poder desflorar a alguien. 

‘Tus deseos se pueden cumplir. Tengo un amigo de veintipocos que está deseando perder la virginidad’.

A un lado estaba el diablo susurrándome que era mi oportunidad, y al otro un angelito que murmuró algo, pero no le hice ni puñetero caso. Pedí más información al respecto.  La vida tiene varias cosas curiosas, y una de ellas es que este petite suite se dedicaba a vender condones (entre otras cosas), pero la criatura no había tenido oportunidad de usarlos.

Pedí que me pasaran el contacto y le prepuse que se viniera a mi casa esa tarde. Lo cierto es que no me esperaba por su parte un sí tan rotundo. Por un lado pensé que con tal de mojar el churro, era capaz de cualquier cosa, pero realmente yo solo quería sentirme poderosa por un día.

Antes de que pasara nada, hablamos un poco. A mí me apetecía conocerle y yo creo que él sentía la necesidad de comprobar que era real.

Unas horas más tardes estaba yo con mi sujetador negro transparente debajo de la ropa y con un niño con carita de curiosidad y rígido como un palo. La vida había querido que esa tarde fuera yo su primer pecho, su primer beso y su primer encuentro con ese juego tan divertido que es el sexo.

 

Me había mentalizado para que me durase cero coma, pero fue todo un campeón y aguantó hasta que yo pude sucumbir al placer. Ambos coincidimos en que lo mejor fue sin duda el momento de después. Estuvimos hablando con calma, conociéndonos un poco más y comprobando que la complicidad que habíamos sentido era real.

Sí, aunque fui su instructora en esa locura llamada ‘follar libremente’, desde el principio hubo algo que nos unió.

Como buena profesora, seguimos quedando para que no pierda clase, porque nunca se sabe todo en esta materia.

 

Anónimo

Envía tus movidas a [email protected]