La última conversación con mi amiga antes de suicidarse
(Relato escrito por una colaboradora basado en una historia real)
Mi amiga era una chica normal.
Es decir, era maravillosa; buena, generosa y atenta. Era una de las mejores personas que he conocido jamás.
Pero no llamaba la atención, se movía en la mediocridad justamente para no destacar. Así que, a ojos de la gente, era una chica normal que llevaba una vida muy normal también.
Sin embargo, los pocos que la conocíamos bien sabíamos que estaba lejos de ser y estar como las demás.
Ella siempre fue diferente, su mundo interior era diferente. Y, allí dentro, nunca fue feliz.
Ni siquiera de niña.
Ella también jugaba, pero menos. Reía, pero menos. Disfrutaba, pero menos.
Hacía lo mismo que los demás niños, pero menos.
De alguna manera, todos éramos conscientes de ello, sin embargo, optamos por asumir que era su forma de ser.
Acababa de cumplir los dieciséis la primera vez que intentó terminar con su vida.
Nadie entendía nada. Sus padres no entendían qué le había pasado. Yo no entendía qué le había podido llevar a tomar una medida tan extrema.
Porque no habíamos querido ver las señales. Como poco, les habíamos restado demasiada importancia.
Entonces comenzaron las terapias, las subidas, las bajadas, las falsas euforias, las depresiones, los cambios en la medicación, los abandonos, las recaídas…
Nos instalamos de nuevo en la presunción de que todo iba bien. Creíamos que estaba relativamente controlada; que solo eran rachas y que pronto mejoraría. Una y otra vez, todas y cada una de las veces.
La última conversación con mi amiga antes de suicidarse
Pero ella nunca llegaba a estar bien de verdad, nunca de forma sostenida en el tiempo.
La vida le dolía, me dijo en una ocasión.
No sabía explicarlo de otra manera. Le dolía y nada mitigaba su dolor.
Unas semanas después de intentar que comprendiera lo que le ocurría, empezó a mejorar.
Y estuvo bien durante tanto tiempo que bajamos la guardia. Dejamos de estar en alerta permanente.
No desconfié cuando bajó la frecuencia de sus salidas, sus excusas eran convincentes.
No me di cuenta de que estaba repitiendo un patrón que todos conocíamos, porque casi lo había olvidado. Y porque ella también había aprendido a ocultarnos lo que pasaba por su cabeza.
Cuando me llamó, después de varios días sin saber nada de ella, no sospeché nada.
Me dijo que había estado muy liada en el trabajo, y yo le creí.
Le pregunté si necesitaba algo y me dijo que llamaba solo para que estuviese tranquila. Me preguntó cómo estaba yo. Hablamos de banalidades un ratito.
Antes de colgar volví a preguntarle si estaba bien y ella volvió a decirme que sí. Que estaba bien, que, por favor, por favor, no me preocupara por ella porque estaba muy bien y muy tranquila. Insistió mucho en que estaba tranquila y en que quería que yo lo estuviese también.
Se despidió con un ‘te quiero’ y un ‘gracias por ser mi amiga’.
La última conversación con mi amiga antes de suicidarse
Ahora lo recuerdo y no me puedo creer cómo no lo vi. Pero aquella noche lo interpreté todo mal. Tan mal como ella quiso que lo hiciera.
Tan mal como para responderle que yo la quería más y que gracias a ella por ser la mía. Como para colgar el teléfono y seguir viendo la tele, como si esa no fuese a ser la última conversación con mi amiga antes de suicidarse.
Porque tal vez había conseguido hacernos creer lo contrario, pero a ella vivir le seguía doliendo más de lo que podía soportar.
Y ahora los que la queríamos tenemos que seguir viviendo sin saber si pudimos haber hecho algo que la ayudara a acabar con aquel dolor.
Anónimo
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