Solo ella sabe lo que ha vivido. Los demás podemos intuir su infelicidad, pero han sido su piel y su corazón los afectados. Heridos, rotos. Sabemos lo que hace, e intentamos impedirlo; sin embargo, no la juzgamos. Incluso, con el empatía por bandera, la llegas a comprender. Está mal, por supuesto que está mal, y en sus cabales no lo haría. La cuestión es que ella no está en sus cabales por culpa de los insultos, de los empujones e incluso golpes.

Un matrimonio (infeliz) de los de siempre

A mi abuela “la casaron” a los 17 años con el hijo de un amigo de su padre. Quizá te suena al guion de una película y yo te garantizo de que, de ser así, sería de un film de terror. Le costó años reconocer que fue violada su noche de bodas. Fue madre a los 19 años; según ella, “bastante tarde”. Su marido la consideraba “fallida” al no darle un hijo después de año y medio de violaciones sistemáticas. Por suerte para ella, el primer hijo fue un varón y su agresor parecía darse por satisfecho. De igual modo, cuando le picaba la entrepierna, ella debía saciarlo muy a su pesar. De esa (triste) manera, tuvo un total de cinco hijos por los que se ha desvivido.

En su época, divorciarse no era ni tan fácil ni estaba tan bien visto. Además, como jamás tuvo la oportunidad de estudiar ni tampoco tenía experiencia laboral, no se veía capaz de sacar adelante a sus hijos por sí sola. Ella “se sacrificó” por la “calidad de vida” de su descendencia. Si bien es cierto que “aguantar” en un matrimonio infeliz no era buen ejemplo para sus retoños, la realidad es que ni mi madre ni sus hermanos tienen ningún trauman. Hasta el día en el que mi abuela se sentó a compartir su realidad, nadie era consciente de la mierda que ocultaba bajo su alfombra.

Un plato frío, frío… Helado

La venganza llegó 65 años después del “Sí quiero”, que resultó ser un “no” en su fuero interno. Ha sido la “esposa perfecta” durante demasiados años y ahora, cuando su marido más la necesita, ella ha decidido vengarse. Enfermo y sin posibilidades de mejora, este señor se ha resignado a esperar a la muerte desde hace un par de meses. La abuela -octogoneria, pero en plenas facultades tanto físicas como mentales- pretende hacer del último aliento de su “pareja” un infierno. A pesar de sus constantes negaciones cada vez que la pillamos, justificándose en despistes, se percibe un aura de intencionalidad y maldad en cada gesto.

Por ejemplo, el momento ducha. Se le ha ofrecido por activa y por pasiva ayuda en algunas labores relacionadas con el cuidado del abuelo; jamás ha tolerado que nadie, exterior a la familia, cruce el umbral de la puerta de su casa. Ella se encarga de él, incluso del baño. Fueron los vecinos los que nos alteraron de los gritos y es que, al parecer, ducha a su marido con agua fría como fría está la comida que le sirve. A veces, hemos visto al abuelo comiendo alimentos en mal estado. Otro de los juegos favoritos de mi abuela es destaparle y abrirle la ventana en plena noche, así como dejarle el pañal puesto demasiadas horas. Delante nuestra le cambia el canal del televisor a maldad si está viendo algún partido de fútbol o le apaga la radio.

En busca de una solución

Dada la situación, mi madre y mi tíos se han sentado y han considerado hacer un esfuerzo económico por ingresar al abuelo en una residencia de 24 horas. Yo no estuve en la reunión, pero mi madre me contó que el mayor temor era que mi abuela se convierta en una “homicida”, ya que sus pequeñas “bromas” de la convivencia cada vez son más graves y violentas. Ya tiene plaza en centro y allí lo dejarán consumirse. “Mejor solo que mal acompañado”, pronunció mi padre, ajeno a la historia. Yo me pregunto, ¿quién ha salido la “mala compañía” a lo largo de los años?

 

Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real.