La vez que se celebró el cumpleaños de mi hija, sin mi hija y por mi culpa

 

Vaya desastre, chicas. ¿Quién me mandaría a mí a meterme en la batalla campal de los cumpleaños infantiles? Siempre he optado por reuniones sencillas, en casa, con los invitados justos y necesarios; pero, este año, sucumbí a la presión social y a la insistencia de mi hija, la que deseaba celebrar su quinto cumpleaños en un parque de bolas con sus amigos.

Acepté el reto. Fue fácil: llamé por teléfono a una franquicia de parques de bolas y les di luz verde a todo: “Una hora de juego libre, momento merienda, corte de tarta, discoteca, regalos y los extras de una carrera de coches y unas tazas locas”. En 10 minutos tenía el cumpleaños organizado. La chica del parque de bolas me pasó una invitación para las familias de los amiguitos de mi hija y yo la reenvié.

Envié, incluso, un recordatorio

El día anterior al festejo, envié un recordatorio a los invitados, con fecha, hora y lugar e indicándoles que el uso de calcetines era obligatorio en el parque de bolas. Todo perfecto, ideal. Me había dejado un pastizal, pero estaba convencida de que mi hija se lo pasaría genial.

La  niña no durmió en toda la noche. Estaba tan emocionada…

No vino nadie. ¿No vino nadie?

Llegamos al parque de bolas los primeros. La chavala que nos atendió en recepción era nueva y parecía un poco confundida con las reservas. Daba vueltas y más vueltas a su cuaderno, sin despegarse del teléfono. Ella aún estaba averiguando qué podía estar pasando, cuando se cumplió el horario de inicio del cumpleaños y no había venido nadie. A los 5 minutos, una madre me escribe y me pregunta si nos faltaba mucho para llegar, ya que el parque iba a permitir el acceso al juego a los críos sin la cumpleañera.

Casi instantáneamente, la chica de recepción nos dio la mala noticia: “El cumpleaños no está reservado en este parque”. Mira, ¡qué malestar! ¡Qué impotencia me entró! La cosa se puso peor cuando nos informó que la reserva se había hecho en unas instalaciones que estaban a hora y media de nuestra localización. ¡Hora y media! Pero, ¿a dónde coño había llamado yo?

Hora y media de coche, de llantos de mi hija y reproches de mi marido. Hora y media de castigo por un despiste.

Celebraron el cumpleaños de mi hija, sin mi hija

El parque de bolas continuó con la celebración del cumpleaños sin cumpleañera. Se cumplió el tiempo de juego, de merienda, se saltaron la tarta y los regalos, y fueron directamente a los coches y las tazas locas. Llegamos en los últimos 15 minutos y, al menos, mi hija pudo soplar las velas con sus amigos y recibir, a ritmo de récord, los regalos.

No me lo perdono. Mi niña aún llora al recordar que pasó hora y media de su cumpleaños en un coche escuchando a sus padres discutir. Lo único que pidió, más allá de regalos materiales, era pasar una tarde de juegos con sus amigos. Y yo, en mi despiste, le fallé.

 

Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real.