Os voy a contar una historia. Una historia real que le sucedió a unos amigos míos un mes de diciembre como este.

Mi amiga y su marido tienen un local de hostelería. La crisis empezó a apretar y en los últimos años les estaba costando mantener a flote el negocio, las cosas ya no iban como antes: los pagos aumentaban, los ingresos bajaban, se dejaban las ganas, la espalda y las horas de sueño en salvar la situación, las deudas fueron creciendo pero iban saliendo a flote con esfuerzo y dignidad. Luchaban por ellos, pero sobre todo luchaban por sus dos hijas. Dos hijas preciosas por las que hubieran dado su último aliento a cambio de su felicidad.

La historia se complicó cuando hace algunos años a mi amiga le diagnosticaron esclerosis múltiple, una enfermedad crónica que afecta al sistema nervioso central. Se encontraba cansada, depresiva, no veía bien, se mareaba, muchas veces le costaba manejarse en el bar, incluso había días que no podía ir a trabajar. Ella no había cumplido ni 40 años. Pero a pesar del duro golpe ellos siguieron luchando sin perder la sonrisa.

El año en que ocurrió esta historia depositaron parte de su ilusión y esperanza en la Lotería de Navidad y compraron unos décimos, sin excederse, no se lo podían permitir, pero «¿Y si nos toca?». Guardaron los décimos en un cajón, pero algunos días después se encontraron en el suelo de casa un décimo que ellos no habían comprado. Ni ellos ni sus hijas habían llevado ese boleto a casa. Lo primero que pensaron fue que pudo haber sido alguno de sus padres, así que les llamaron. Pero no, nadie había comprado ese boleto.

La sorpresa llegó cuando se dieron cuenta de que ese boleto misterioso era del año 1994. En su local suelen organizar un rastrillo de libros en el que la gente lleva los libros que no necesita, los deposita en un baúl y se donan para que otras personas que van al local puedan llevárselos a casa de forma gratuita. Ese viejo boleto debía de estar entre las páginas de alguno de esos libros que alguien dejó en el baúl y que nadie se llevó, y se cayó al suelo cuando mis amigos lo llevaron a su casa.

Qué guiños tan bonitos te hace la vida a veces, pensaron. Vamos a devolverle ese guiño. Así que llamaron a la administración de Lotería para intentar conseguir el mismo número de ese boleto de 1994 para el sorteo de aquel año, porque «¿Y si nos toca?». No tardaron mucho en conseguirlo.

Pasaron las semanas y llegó el día del sorteo de la Lotería de Navidad. Ellos estaban trabajando en el bar, ajetreados como siempre, pero pararon en seco cuando oyeron cantar uno de los números ganadores: ese boleto cuyo número era el mismo al del viejo cupón que encontraron en el suelo de su casa estaba premiado. Era un boleto ganador. No como para hacer de ellos una familia millonaria, pero sí como para encender en ellos un rayito de esperanza, para saldar los gastos y pagar algunos caprichos, para no hipotecar la felicidad de sus hijas, para permitir a mi amiga un poco de descanso para su enfermedad y empezar el año emocionados, algo más felices, tranquilos y pudiendo respirar sin ahogarse, dejando las deudas atrás, y con más optimismo por delante. Si la felicidad fuera un color, en ese momento ellos habrían sido un arcoiris.

Nunca pierdas la sonrisa, y nunca pierdas la esperanza, y si la vida te hace un guiño devuélveselo, porque la vida es una lotería ¿Y si nos toca?

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