Tengo 30 años, dos niños pequeños, un marido que trabaja casi de sol a sol, y días grises de esos en que piensas por qué te habrás levantado de la cama… Así que con esta perspectiva me planteé dar un giro a mi vida y a mis pensamientos: empezar a mirar la vida con mis gafas rosas que me iban a hacer ver unicornios everywhere así que me fui a mi papelería más cercana a comprar los productos con los mensajes más positivos que pudiera encontrar para atraer todas las energías buenas a base de repetírmelo en mi cabeza.

Salí cargada con mi taza para “Comerme el mundo”, mi agenda de “Hoy va a ser un día genial” y 50€ menos en mi bolsillo, pero no me importaba, estaba dispuesta a todo. Y lo intenté, de verdad que lo intenté y es que cada vez que mi hija decidía escupirme la comida porque no le daba la gana comerse lo que yo había cocinado durante dos horas para ella (todo sano y realfood por supuesto no vaya a venir la inquisición maternal) pensaba “los obstáculos de hoy serán los logros del mañana”, y a sacar una sonrisa.

Lo más light que hacen mis hijos

Cuando mis querubines decidían jugar a la lucha libre entre ellos destrozando todo a su paso y algún labio y ojo por el camino yo pensaba “la fuerza ilumina el alma”. Y así día tras día hasta que ya tras una semana de catastróficas desdichas y viendo que eso no funcionaba y que mi única opción para mejorar algo iba a ser comprarme la purpurina para la vagina, cerré Internet, tiré la agenda y mientras me comía un trozo de chocolate escondida en mi habitación asumí que habría días y momentos malos siempre.

Que aunque intentase ser la mujer más positiva del mundo, la vida real no es como los anuncios o las redes sociales. Es una montaña rusa constante. Y si hay días que no llegas a todo, estás sin energía, tienes un nubarrón en la cabeza más grande que Portugal y ni el café de la mañana soluciona tu malestar, tranquila que no estás haciendo nada mal, simplemente, eres humana.

Arcoíris Guerrero

@mi_arcoiris_guerrero