Empecé a entender que tenía que poner límites cuando empecé a quererme más. Comprendí que era importante poner límites a los demás y a mí misma.

Poner límites no siempre es fácil. A veces no tienes ganas de ponerlos y otras veces los pones y las consecuencias son de todo menos bonitas. En los límites encontré una herramienta para vallar esa parcela que era mía, mi territorio, mi vida. Podía configurar mi vida y yo decidía quién quería que entrara en ella, cuándo y cómo. También decidía quién tenía que salir de ella.

poner límites

Los límites me dieron más seguridad.

Tenía ese poder sobre mi vida y mis relaciones. Yo decidía lo que toleraba y lo que no toleraba para configurar el camino por el que quería seguir mi vida. Pero claro, no todo era de color de rosa. La gente empieza a molestarse cuando dices que no, o cuando les dices que su manera de actuar no te ha gustado. Hay gente que no lo acepta, que discute contigo, que se siente mal y que no quiere entenderte. Hay gente que no puede reconocer que ha hecho algo mal. Y en ese momento es normal flaquear y tambalearse, y dudar de todo.

 

Además, vi que la gente a la que le ponía límites y no estaba de acuerdo con ellos, era la misma que se había aprovechado de que no los hubiera puesto antes, y por eso ahora les molestaba. Si os soy sincera, esto de poner límites a veces es un poco mierda porque puedes perder vínculos. La cuestión está en saber valorar qué vínculos deben quedarse, y qué cambios hacer en la relación, adaptarla a cada uno, para que funcione para los dos.

Ah, y a veces puede no apetecerte poner límites. Porque tienes un mal día, o porque no te ves preparada para ello. Por lo que sea. Pero no es obligatorio. Yo lo veo como algo opcional, y en mi caso, y creo que en general, noto que tengo que ponerlos por una señal visceral. Es una alarma, una sensación visceral que notas cuando algo no te sienta bien, y en mi caso tengo que decirle a esa persona lo que no me ha sentado bien o alejarme de esa persona, o ambas. Por mi bienestar.

 

Se trata de sentirte cómoda en tu parcela, de decidir. Pero ya os digo que hay que estar preparada para lo que pueda pasar. Hay que saber que, por desgracia, mucha gente no se tomará bien que le pongas límites, que le digas, “hasta aquí has llegado, y no pasarás de aquí”. Especialmente, cuando eres mujer, están peor vistos. Porque se supone que las mujeres debemos ser complacientes y procurar que todo el mundo esté a gusto. Porque somos buenas y empáticas y un pan de Dios. Y una mierda.

Estoy muy harta de que se nos mida en una escala de blanco o negro. O somos santas o somos el mismísimo Satanás. Para nosotras no hay término medio. Si no somos complacientes, somos unas antipáticas; si expresamos nuestra opinión con contundencia, somos unas histéricas; si nos enfadamos, somos unas exageradas. En este corset que nos han puesto, es muy difícil respirar.

 

Pero con los límites he descubierto que es muy normal, desgraciadamente, pensar eso. Porque se nos ha enseñado que “debemos” ser así, y luchar contra eso conlleva culpa. Culpa por hacer algo que se supone que no debemos hacer. Pero, ¿Qué es mejor para nosotras, vivir renegadas a lo que nos dictan, siendo infelices, o luchar por lo que creemos y nos hace sentir bien, a pesar de que podamos sentir culpa en algún momento en este camino que construimos para nosotras? Si de las dos maneras va a haber consecuencias negativas (siempre las hay), podemos elegir, elegir lo que nos haga sentir bien en cada momento. A veces nos apetecerá luchar y otras veces no, porque cansa.

 

Yo tengo claro que mi verdad va por delante de los dictados de la sociedad. Y que vivir de acuerdo a cómo yo quiero vivir tiene un valor muy alto y va vinculado a quién soy yo, y ese valor intrínseco es superior a cómo me dicen que debo ser como persona, y especialmente como mujer.

 

Lunaris