Las cosas bonitas que he aprendido de mis amigas

Llevo un tiempo teniendo ganas de homenajear, por así decirlo, a mis amigas. Da igual que nos veamos todas las semanas o una vez al mes o dos veces al año que, si me has aportado cosas buenas, para mí cuenta igual. Ahora que vamos haciéndonos mayores y nuestro ritmo de vida nos pone cada vez más trabas para tomarnos un café, siento la necesidad de hacer visible lo importante que son esos ratitos juntas y que, no importa la cantidad sino la calidad. 

Una de las cosas que he aprendido gracias a esos ratitos es que tengo que dejar de decir cosas negativas de mí misma. Es normal que no siempre estemos contentas o satisfechas con algún aspecto de nuestro cuerpo, o nuestra vida, o nuestras decisiones… pero lo cierto es que no ganamos nada regodeándonos en ello ni aferrándonos a la idea de los demás siempre van a estar más acertados que tú. Mis amigas me demuestran a diario que está bien que cada una tengamos cualidades diferentes porque eso es, al contrario de lo que yo sentía antes, una ventaja en lugar de un inconveniente. Esa diversidad de cualidades nos permite ayudarnos y complementarnos, porque no se trata de una competición.

Con respecto a esto último, también he aprendido a no dar por sentado que la diversidad de gustos (musicales, estéticos…) ni los diferentes bagajes culturales debieran suponer una barrera para entablar amistad con alguien. Esta lección me viene un poco tarde, lo sé, pero, aunque yo creía haberme desprendido de esos prejuicios ―al fin y al cabo, eso es lo que son― no terminaba de aplicarlo al cien por cien y me estaba perdiendo a personas maravillosas. No solo me he visto yo misma en la tesitura de hacer amigas nuevas muy diferentes a mí, sino que veo que otras amigas mías consiguen superar esas “barreras” y me siento muy agradecida de tener personas tan tolerantes y abiertas en mi círculo.

Otra cosa importante que mis amigas me han enseñado es a dejar de exigirme tanto. No gano nada con ello, tan solo me supone un estrés que me impide disfrutar de lo que realmente importa. Ellas son las primeras que me animan (en ocasiones el verbo sería “obligar”) a dejarme llevar un poco más y dejar de imponerme tantas metas, a cada cual más grande. Da igual si se trata de mi trabajo o de las tareas del hogar o mis relaciones personales, me han dado un toque para que mire un poco más por mí y deje de priorizar tanto a los demás. 

Sin embargo, una de las mejores lecciones que me han podido dar es la de la autoaceptación. Ya sé que suena redundante con lo anterior, pero ya no me refiero solo a dejar las exigencias y las insatisfacciones a un lado. La inseguridad es una de las grandes enemigas de las mujeres, estamos rodeadas de toda clase de estímulos creados específicamente para crearnos inseguridades: cremas anticelulíticas, dietas milagro, ofertas de gimnasios, el bótox, el colágeno, las uñas de gel, los push up en los sujetadores, en los leggins, ¿cómo de buena madre/esposa/amante/hija/compañera eres? ¿Reciclas lo suficiente o fomentas el fast fashion por comprarte bragas nuevas? ¿Cómo de feminista eres? ¿Y de inclusiva? 

La inseguridad y la culpa suelen ir de la mano. ¿No os ha pasado que habéis sentido que no erais suficiente? Que por mucha que os esforzabais en hacer las cosas bien, al final, siempre había alguien que te echaba por tierra tus esfuerzos, haciéndote sentir de menos. Es cierto que no puedo hablar por todas, pero yo sí que me he sentido así y muchas más mujeres también, entre ellas, esas amigas de las que os hablo que han sabido darme el correspondiente tirón de orejas cuando ha sido necesario para hacerme ver las cosas con perspectiva. Y lo más importante de todo, se han mostrado sin ningún miedo, sin tapujos, tal y como son, aceptando sus limitaciones, sus defectos (que seguramente no lo sean tanto). 

Cuando alguien se abre a ti de esa manera, esas preocupaciones se acaban minimizando, en mayor o menor medida. Tus miedos, complejos o inseguridades se van haciendo cada vez más pequeñitos, como ese granito de azúcar que se te derrama al remover tu café con energía desmedida, porque te resulta imposible contener la emoción al reencontrarte, por fin, con tu amiga.

 

ele Mandarina