El verano es una de las estaciones que más le gusta a la gente. Realmente necesito que vengan y que me lo expliquen, que saquen la artillería pesada y me argumenten perfectamente por qué narices una época del año en la que por mucho que te despelotes sigues sudando, es, para ellos, lo mejor del universo.

No hace falta decir que yo soy más bien de nórdico, chocolate con churros y manta con Netflix, pero que de vez en cuando socializo en verano también, por aquello de la cerveza fresquita, la piscina y las vacaciones. Pero aún con estas cosas buenas que tiene el verano, no compensa.

 

En verano pasan cosas.

Cosas raras y extrañas tales como:

  • Sales de la ducha sudando. ¿Me explicáis este fenómeno? Ni Iker Jiménez puede majos.
  • Te quedas pegado a las sillas. A todas. Y sufres y lloras por la pérdida de muslamen y de células que se quedan en ese trozo de plástico.
  • Dejas toda la marca de sudor en las sillas. Sillas en las que luego se sienta la gente sin que se limpie el sudor. Osea que tú también te has sentado en el sudor de otro. Esto es un bucle de sudor que no acaba jamás y que me está dando un asco según lo estoy pensando que me quiero morir.

  • Te rozan los muslos si llevas falda, pero es que también se te pegan. Sí, como a las sillas. Y esto es aún peor.
  • No puedes desnudarte más porque arrancarse la piel no está permitido todavía. En invierno si tienes frío te arropas. ¿Qué cojones hacemos en verano? A ver eh, a ver.
  • El chocolate se derrite. Una época del año en la que no se pueden comer donuts porque se derrite el chocolate es un cagao de época. Esto es así. Y no, si los metéis en la nevera no están tan ricos.
  • A la media hora de maquillarte pareces La Rubita del Cabanyal. Tú te pintas así para verte bonita pero los sudores del verano no lo entienden y hacen que tu maquillaje se corra, se borre, se esparza y se evapore. ¡Que vivan las extensiones de pestañas y la cara lavada!

  • ¡Ríete tu de los penitentes andando descalzos! Si es imposible mantener los pies sin heridas más de dos días. Cuando no te rozan unas sandalias, te das con una esquina por andar descalza o pisas una medusa en playa. El caso es que vives con los pies hechos un desastre desde junio a septiembre.
  • La gente huele mal. Y yo no dudo de su higiene personal. Pero es que es inviable que el metro a las 7 de la tarde huela a rosas si tienes que caminar bajo el sol para cogerlo, subir 987 escaleras y pillar 3 ascensores, todo eso sin que el revisor venga a tocarte las narices. ¡Pues claro que huele a mierda, cómo pa’ no! Pero esto en invierno no pasa (tanto).

  • Es imposible tener el pelo perfecto. Ya sea porque te pasas el día en remojo o sudando o no te lo terminas de secar bien o decides que la vida en moño es la vida mejor. Lograr un acabado perfecto solamente es posible de noviembre a marzo.
  • Los perretes y gatetes (y demás animalitos) peludos y amorosos se mueren del calor. ¡Y por ahí no paso eh!
  • Te sudan las tetas 24/7. En invierno solo te pasa cuando haces ejercicio o algún esfuerzo extra, pero es que en verano lo raro es llegar a casa con el entreteto seco.

  • No se puede salir de casa a ciertas horas. Atrévete tú a salir a la calle en pleno agosto en Sevilla a tomarte un café con los colegas a las 4 de la tarde. Venga, valiente.
  • El calor cansa. Quizá con 15 años no, pero a una le van pesando las décadas y empieza a tener achaques y entiende aquello que decía su abuela de que el calor te deja como adormilado y atolondrado. Pues eso, que cansa.
  • Te pican los bichos. Y mucho además, o por lo menos a mí.

  • La gente no se coge las vacaciones a la vez y esto genera mucho estrés y confusión. Es injusto estar en la ofi viendo como fulanita está tomándose un daiquiri en Honolulu o unas cañas con limón en Benalmádena. Así no hay forma de trabajar y ser feliz.

¿Cuánto decís que queda para el invierno?