Las malas no son solo las suegras, también hay cuñados insufribles

 

He sido una de esas madres a las que les ha costado muchísimo quedarse embarazada. Te resumo: abortos, pinchazos y betaesperas. La tristeza y la soledad también formaron parte del cóctel. Seguro que, por desgracia, a más de una mujer que me lea le suena. Por fortuna, he vivido un embarazo buenísimo, aunque cargado de incertidumbre y miedo… para que ahora llegue mi cuñado y me esté tocando el coño cosa mala. 

Creyéndose más que el padre

Siempre se habla de las suegras. “Mi suegra es una metomentodo”, “Mi suegra manipula a mi marido”, “Mi suegra me trata como una imbécil”. Yo no tengo ese problema. Mi suegra es una buena mujer que no critica, te valora y está ahí para lo que necesites. Pensé que había tenido suerte, que yo no iba a vivir una maternidad cargada de consejos que nadie ha pedido y de visitas tan inesperadas como insoportables. Me creí dichosa. Entonces, llegó mi cuñado. 

Mi suegro falleció durante la pandemia, por lo que mi cuñado ha adoptado el rol de “abuelo” con mi hija. Un abuelo muy cansino. Muuuy pesado. Agobiante, que suma las etiquetas de “catedrático” y “machirulo” que cuelgan algunos cuñados. Para él, mi marido es un cafre y yo una histérica. Menos mal que la niña lo tiene a él, porque sino iba ser una pobre desgraciada. 

Lo que él dice, y punto

Empezó ofreciéndose para lo que necesitásemos y, pese a agradecérselo, no le pedimos nada. A él le dio igual. Al poco de contárselo, llegó a casa con un cochecito que no era el que nosotros queríamos. De esto que te da vergüenza rechazarlo, intentas verlo como un “detalle”. Error. Fue ahí cuando tuvimos que establecer un límite que ya es tarde para poner. Lo tenemos montado en la chepa y no sabemos cómo bajarlo. A ver, yo sí: lo mandaría a la mierda, y aquí paz y en el cielo gloria; pero a mi marido “le sabe mal”. Le sabe mal, pero tenemos una inútil cunita de mimbre que no queremos y más de la mitad de la ropa que tiene la niña es de un rosa cursi que no soporto mirar. 

Solo con el “Tito”, con nadie más 

Desde que nació, no lo saco de mi casa. Calentando el sofá, cerveza en mano, se me recuerda a los aficionados de fútbol que le dicen al árbitro cómo deben gestionar un partido o el típico jubilado observando y opinando sobre el desarrollo de una obra. Hace calor para la niña, te enchufa el aire acondicionado; ahora, según su criterio, hace frío, enciende el calefactor. Pretende tener a la niña en brazos todo el día para que yo pueda limpiar y hacer la comida, mientras él carga a mi bebé y consume nuestra cuenta de Netflix. 

También tiene que entrar a opinar en el tipo de alimentación de mi hija. He optado por dar el pecho y él asegura que es primitivo, que con las opciones que existen a día de hoy es absurdo tener que “sacarse la teta” en cualquier sitio. 

Cualquier decisión nuestra es una tontería 

Mi cuñadísimo tiene 3 hijos de tres mujeres diferentes. Se cree “El padre del año” y su experiencia es la única válida para criar a nuestra hija. Si queremos colechar, somos unos “hippies”; si lavo la ropa de mi hija con un jabón hipoalergénico, estoy favoreciendo que más tarde sea alérgica a todo; si no le doy agua ni comida a la nena porque con el pecho es suficiente hidratación y alimento hasta los 6 meses, él le da un biberón con agua o un potito en cuanto me doy la vuelta. Y el chupete, que me he negado a usarlo, él se lo anda metiendo por los ojos. 

Y suma y sigue. Mi marido no hace nada, no se enfrenta y a mí se me está hinchando la pepitilla. Sé que me tuve que haber enfrentado antes; lo sé y me castigo a diario, pero en pleno posparto no era capaz de expresarme verbalmente; solo lloraba y lloraba cuando me escondía en la habitación. La cosa ha ido cambiando, he aflorado a la loba que hay en mí, pero mi marido me frena y no sé cómo gestionar esta situación. Es desesperante. 

¿Os ha pasado algo parecido? ¿Alguna tiene un cuñado taaan plasta? ¡Decidme que no estoy sola! 

Anónimo