Un tercio de vida compartida. 

Una historia perfecta a los ojos de toda la grada. 

Complicidad. Confianza. Comprensión. Afecto. 

Sin discusiones. Sin celos. Sin control. Sin ataduras. 

Mismos gustos. Aficiones parecidas. 

Familias que idolatran. Amistades que envidian una relación que cumple con todos los criterios del ideal del amor libre y sano. 

 

Buenos trabajos y una gran vida social. 

La casa recién reformada con todo nuestro esfuerzo, de cuento. Un hogar que soñaba con un futuro. 

Muchos malos momentos compartidos, en los que tú eras mi refugio y yo el tuyo.

 

Hasta que ocurre. 

La peor pesadilla. 

Lo último que habría querido que ocurriera. 

Ahora que estamos donde siempre quisimos, que hemos construido una vida, que no nos falta ni un solo ingrediente para la tan ansiada felicidad, esa de la que todo el mundo habla. 

 

Un día, de repente, ocurre. La falta de ilusión. La angustia al pensar en el mañana. La escasez de aire.  

La incertidumbre… ¿qué ocurre? ¿por qué me siento así?

Quizá la rutina, quizá el desgaste, quizá que a nuestra película le ha faltado erotismo desde el primer día de rodaje. 

Tus ojos igual de enamorados que siempre. Tú que nunca has sido de demostrar. Tú que ahora le ves las orejas al lobo por primera vez. Tú que nunca dudaste de que me tendrías siempre. Nunca dudaste de que envejeceríamos de la mano. 

Ahora pones algo de tu parte. Ahora muestras interés. 

 

Ahora que yo tengo miedo. Porque creo que ya no me vale. Porque por mucho que me esfuerzo, no logro retomarlo en el punto donde me he desviado. No logro volver a la senda, por más atajos que intento coger. 

 

“Son muchos años”, dicen, “es normal tener momentos malos”, dicen, “lo importante es quererse y entenderse”, dicen. Y yo te adoro. Te voy a adorar siempre. Pero tengo una necesidad imperiosa de volar de aquí. Volar sola. Libre. Demostrarme a mí misma que puedo hacerlo todo sola.

 

El caso es que no tengo valor. Que siempre he vivido para complacer al mundo. Que probablemente nunca tome la decisión. Por miedo a arrepentirme. Por miedo a truncar mi vida perfecta. POR NO ROMPERTE EN MIL PEDAZOS. Porque, al final, y por mucho que me empeñe en cambiarlo, siempre me has importado más tú que yo misma.  

 

Maruxiña Brava