Mi tía, la hermana mayor de mi madre, siempre ha sido un gran apoyo para la familia. Le encanta tener visitas, sentirse imprescindible y que la gente le pida favores. Siempre ha sido muy buena y servicial. A pesar de nuestra buena relación, siempre me pareció una persona con gustos y opiniones bastante anticuados y, en ocasiones, bastante radicales.

Habíamos discutido amistosamente muchas veces sobre por qué mi hijo mayor llevaba el pelo largo. Él quiso dejárselo así desde los 6 años, es algo en lo que creo que puedo dejarlo decidir a él y que a mi no me interfiere en absoluto, es su pelo, es su estilo y su decisión. Ahora, con 9 años tienen una lustrosa melena que cuida mucho y de la que está muy orgulloso. Por otro lado, mi hija pequeña no tiene los agujeros de las orejas hechos porque su padre y yo decidimos por un montón de motivos que preferíamos que fuera ella quien decidiera si quería ponérselos o no. Sé que esto genera siempre mucha controversia entre la gente que está dispuesta a opinar y entiendo todos los puntos de vista, pero tenga o no razón a ojos de los demás, lo que deben entender es que fue nuestra decisión y nada más.

Mi tía insistía en que mi niño parecía una niña y eso le iba a crear un trauma, que se iban a reír de él en el colegio, que le iban a llamar (introduce aquí cualquier insulto homófobo, que yo me niego a reproducirlo). Pero yo siempre le explico, con la calma que le hablas a una mujer que sabes que es hija de su tiempo, que preferimos que sea él quien decida sobre su pelo. Entonces salta a los pendientes de la niña, que si estría mucho más bonita, que si quien heredará los pendientes de su abuela, que si cuando se los quiera hacer me va a odiar porque de mayor duele más… Y nuevamente tiro de asertividad y le digo que el dolor es el mismo y que si quiere hacerlos, la apoyaremos, pero que no queremos que asuma desde antes de tener dientes que necesita sufrir para llevar unos adornos en busca de la belleza, cosa que su hermano no necesitó para ser guapo. Siempre pone los ojos en blanco y se burla de mi llamándome moderna.


El caso es que un día una amiga organizó una comida con unos compañeros que creí que sería un peñazo para los niños y ella se ofreció a quedarse unas horas con ellos para que mi marido y yo fuéramos a la comida tranquilos y los recogiéramos en su casa al terminar, sin prisa. Como ya había hecho alguna vez, dejé a mis pequeños a cargo de aquella mujer que siendo niña cuidó de mi y que hoy en día era tan importante. Al llegar por la tarde a su casa, me cruzo en la escalera con el cura de la parroquia, que me dice que le dio toda la información a mi tía y que cuando me decida, estará encantado de bautizar a mis niños. Le doy las gracias alucinada sin entender nada y una pelota enorme se forma en la boca de mi estómago augurando lo que estaba por venir. Al llegar me encuentro a mi tía de pie, esperando para recibirnos en la puerta. Me sonríe y me dice “no te enfades, sabes que yo solo quiero lo mejor para mis niños”. Al ver la culpa en su cara, entro corriendo al salón y veo los ojos llorosos de mi hijo mayor, que se pone de pie en busca de mi consuelo mientras se quita una gorra roja de propaganda que mi tía le había prestado, entonces veo su pelo (más bien la ausencia de pelo) y lo abrazo buscando a mi tía con la mirada.

Le estaba haciendo un corte moderno muy chulo, pero como no paraba de moverse para protestar tuve que llamar a la vecina, que es peluquera y dijo que no tenía arreglo, que había que cortar de todo. Pero no te preocupes, que cuando le crezca un poco ella te lo va a dejar…” La furia empezó a subirme por las piernas mientras oía mi hijo suspirar agarrado a mi pecho “Mamá, mi pelo… ¡tardará años en crecer otra vez!”. Busco a la niña con la mirada, necesitaba irme de allí cuanto antes para no empezar a gritar como me pedía el cuerpo. Entonces mi tía me dice que está dormida. Mi hijo me completa la información “es que estaba muy cansada de tanto llorar, pero cuando se durmió ya no sangraba”. ¡¡¡¿Cómo?!!! Suelto a mi pequeño para ir corriendo a buscar a mi niña y me la encuentro dormida sobre la cama de mi tía, con las orejas muy hinchadas atravesadas por unos pendientes antiguos de mi tía. Mi cuerpo no podía soportar tanta furia, así que salí de allí para no despertar a la niña.

En la cocina vi una vela, dos agujas y las cubiteras de hielo vacías. Supongo que había puesto hielo en las orejas de la niña para adormecerlas y que había quemado las agujas para desinfectarlas, ni rastro de alcohol por ningún sitio ¿Qué estamos, en los años 70? ¿No hay ahora mil maneras de perforar unas orejas más rápida, menos dolorosa y con mucho menos riesgo de infección? Miré la “mesa de operaciones”, la miré a ella y empecé a gritar. ¿Quién era ella para hacerles aquello a mis niños sin mi consentimiento, en contra de su voluntad y de aquella manera tan cutre y peligrosa? Pues tuvo más que decir, que al parecer era la única cuerda que se preocupaba en realidad por los pequeños y que la lástima había sido que el cura se había negado a bautizarlos sin mi presencia, que si no por fin podría estar orgullosa de verdad de sus sobrinos como Dios manda.


Levanté a la niña en brazos, se me acurrucó en el hombro y despertó por las molestias de su orejita infectada al apoyarla, cogí la mano de mi niño y salí de allí dando un portazo. En el centro de salud me mandaron ir a un centro de piercings a que cambiaran los viejos pendientes de mi tía por unos de titanio grado implante y me enseñasen hacer las curas, ya que era menos peligroso que quitarlos y dejar el hueco, si más adelante la niña quería ponerlos de nuevo, la zona estaría sensible y le dolería más y la infección que estaba empezando tardaría más en curar. Así que sometí a mi hija una nueva intervención, mucho más respetuosa que la retahíla de estupideces que le había dicho mi tía mientras le estiraba la oreja para clavarle aquella aguja de coser. La chica fue muy delicada y comprensiva con la situación y la niña estaba tan agradecida de que estuviese con ella que intentaba no llorar, la pobre.

Cuando mi madre se enteró la llamó y juró no volver a dirigirle la palabra. Yo, obviamente, la bloqueé de todas partes y le prohibí a todo el mundo que le hable de nosotros. Ahora le cuenta a todo el vecindario que somos unos desagradecidos, que siempre quiso ayudarnos para que nuestros hijos fuesen unos niños de bien, pero que como somos nosotros, poco futuro les ve. Y así es como esa estúpida amargada se fue quedando sola en los últimos años.

 

Escrito por Luna Purple, basado en una historia real.