Sé que suena fatal decir que dejé a mi ex por regalarme un reloj, vaya tía desagradecida, ¿no? Pero queridas, el problema no es que me regalase un reloj, sino todo lo que había debajo de un acto aparentemente tan insignificante. Y es que ese reloj, ese maldito reloj feo hasta decir basta y que ni siquiera se ajustaba bien a mi muñeca, fue tan sólo la gota que colmó un vaso que se había ido llenando durante meses y meses.

Empecemos por hablar de mi ex. Mi ex era y sigue siendo un tío majísimo, el más mejor amigo, hijo, sobrino y nieto del mundo mundial, alguien capaz de renunciar a planes, siestas o lo que fuera con tal de quedar bien con todo el mundo.

Con todo el mundo menos conmigo.

Y no, no es que fuera una persona tóxica, ni que me minusvalorase, ni que tuviera unos celos patológicos insoportables: es, sencillamente, que no me hacía ni puto caso, sobre todo por su manía de poner por delante a quien fuera.

Por ejemplo, en nuestro primer aniversario llegó más de una hora tarde a nuestra cita porque habían ido unos tíos suyos a su casa y fue incapaz de decirles que se tenía que ir ya. Además no fueron pocas las veces que me dejó colgada por irse con algún amigo suyo cuando ya habíamos hecho planes, porque siempre había alguien que le necesitaba más que yo y vaya cosas, que el único que podía animar, consolar o rescatar a quien fuera era él. Por otra parte, valía más el consejo que le diese cualquier persona que el mío, como aquella ocasión en la que a la vuelta de un viaje tuvo que llamar a su padre para que le dijese por qué carretera volver, a pesar de que su padre hacía años que no realizaba ese trayecto y de que la lógica marcaba regresar por el mismo sitio por el que habíamos ido.

Sin embargo esto no era lo peor: lo peor venía cuando se empeñaba en meterme a mí en sus afanes de agradar a los demás, especialmente a su familia. Recuerdo claramente que la primera señal de alarma para mí fue cuando, hablando del futuro, me dijo que a él al igual que a mí no le entusiasmaban los bodorrios, pero es que a su madre le haría tanta ilusión vernos pasar por el altar y celebrarlo a lo grande con toda la familia… Y mira, la primera vez me lo tomé a broma, pero no fueron ni una ni dos las veces que me dejó caer tanto eso como la idea de tener hijos porque a su familia le haría ilusión. Porque qué queréis que os diga, yo podía pasar por ir al cumpleaños de alguien que me cayera mal, incluso porque llegase tarde por agradar a otra persona, pero ya lo de comprometer cuestiones tan importantes como la maternidad o el matrimonio me parecía bastante grave. Con lo cual ya os imaginaréis que cuando le dejé por el asunto del reloj no era ya cosa únicamente del reloj, sino de toda la montaña de banderas rojas que llevaba viendo desde hacía varios meses.

Se acercaba el día de mi cumpleaños, y con él, los esperados regalos. A mí recientemente se me habían terminado de romper mis botas favoritas, y teniendo en cuenta que mi cumpleaños es en noviembre podríamos decir que era algo que me hacía bastante falta. Pues bien, un día hablando del tema me viene el que era mi chico, el cual no contaba con la discreción entre sus virtudes, y me dice que se ha dado cuenta de que nunca llevo reloj, que le había enseñado su madre un reloj precioso en el escaparate de no sé qué tienda, que a ver si me lo enseñaba, y yo que me lo vi venir le dije claramente que no usaba reloj porque no me gusta, que me resulta incómodo y que para qué quería yo un reloj si podía mirar la hora en el móvil.

Pasaron los días y la cosa pareció quedar ahí, hasta que pasamos un día por la tienda en cuestión y me enseña el puñetero reloj, un armatoste blanco con una esfera enorme y plateada y con incrustaciones de brillantitos en los números. Vamos, una cosa que puede estar muy bien para quien le guste pero que se alejaba completamente de mi estilo de vaqueros rotos, botas oscuras y camisetas de grupos de rock. Le dije abiertamente que el reloj podía estar muy bien para su madre, a quien sí que le gustaban esas cosas, pero que no era mi estilo para nada y que además era demasiado aparatoso para alguien con las muñecas tan finitas como yo.

Pues bien, llegó el día de mi cumpleaños y yo os juro que a mí me hace ilusión cualquier detallito. Ese año en concreto un amigo mío me regaló un dibujo hecho por él que aún conservo enmarcado en el centro de mi habitación, y otra amiga me regaló un neceser y una pulsera hechos a mano. Hubo otros dos amigos que, como andaban mal de dinero, me escribieron una carta preciosa e imprimieron algunas de nuestras mejores fotos y lo guardo todo como oro en paño.

Pero cuando vi llegar a mi novio con una pequeña cajita cuadrada…cuando le vi llegar con esa cara de ilusión sabiendo lo que me iba a encontrar dentro, casi me echo a llorar. Efectivamente cuando abrí la caja ahí estaba el puñetero reloj, ese reloj pantagruélico lleno de brillantitos que me había hartado de repetir por activa y por pasiva que no me gustaba. Por un momento había querido creer que se trataba de una broma y que dentro habría cualquier otra cosa, tal vez una pulsera o alguna tontería del estilo a una figurita de juguete. Pero no, eso de broma no tenía nada.

Y me eché a llorar, os juro que me eché a llorar y para colmo se pensó que era de emoción. Bueno, lo pensó hasta que me encaré con él y le pregunté que cómo había podido, que le había dicho mil veces que no me gustaba ese reloj, que mira que podría haberme regalado cualquier tontería, una bolsa de patatas del burger, ir a ver el atardecer a un sitio bonito, cualquier cosa menos algo que había manifestado abiertamente que no me gustaba. ¿Sabéis lo que me respondió a eso? ‘’Es que a mi madre le gustaba mucho ese reloj y le hacía ilusión verte con él’’. En ese momento no supe si estrangularle, tirarle el reloj a la cara, seguir llorando o montar el pollo, así que opté por no decir nada, coger mis cosas e irme por más que mis amigos insistieron en que cómo me iba a ir de mi cumple y en que sólo era un reloj.

 

Y sí, tal vez fuera sólo un reloj, pero ese reloj era para mí la constatación de que si seguía con esa persona mi vida se vería relegada a un segundo plano, de que mis necesidades, mis deseos y mis proyectos se verían supeditados a lo que su familia y su entorno más cercano quisiera o creyera conveniente. El hecho de que hubiera sido capaz de hacerme un regalo de cumpleaños guiándose por los caprichos de su madre en lugar de por mis gustos o incluso mis necesidades me dejaba más claro que ninguna otra cosa que yo a esa persona no le importaba lo más mínimo.

Por eso al día siguiente quedé con él, le devolví el reloj y le expliqué de la manera más calmada y asertiva posible que nuestros caminos se separaban ahí, que mi intención nunca había sido obligarle a elegir entre su familia, sus amigos y yo pero que había ciertos límites que no podía permitir que se traspasasen y que me había dado cuenta de que si seguíamos juntos nos íbamos a hacer más daño que si cortábamos. Sé que en el momento no lo comprendió y que pensó que estaba exagerando, pero yo me quité un peso de encima y sólo me arrepiento de no haberle dejado cuando vi las primeras señales de alarma.

 

Relato escrito por una colaboradora basado en una historia real

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