Hay relaciones que una acaba teniendo y que no sabe muy bien por qué.

Conocí a Ángel a través de un lugar de trabajo en el que coincidimos. Fue culpa mía idealizarlo como lo idealicé, porque estaba loca por él antes de conocerlo, antes de haber cruzado ni una sola palabra con él. Pero di el paso yo, conseguí su teléfono y le escribí, y así comenzamos una relación que duró casi tres años.

Ángel siempre se portó muy bien conmigo, fue generoso, fue respetuoso, pero nunca hablaba de algunos temas personales. Si yo intentaba que él se abriera y me contara cosas de su familia (sus padres eran muy mayores y no se dirigían la palabra entre ellos), o por qué había discutido con su hermano, él se negaba a hablar, y como yo insistiera un poco, acababa molestándose y poniéndose muy serio.

Yo optaba por no indagar en esos temas, pero, como es normal, fue pasando el tiempo y yo sentía que me ocultaba un montón de cosas.

La relación fue deteriorándose por esa razón y por muchas otras más. No teníamos cosas en común, pero eso se hubiera salvado si él me hubiera correspondido más en la conversación y en la comunicación, que para mí es vital en una relación.

Veíamos una peli y al acabar yo le preguntaba cosas, a ver con quién se identificaba más, a ver qué había entendido él en no sé qué escena, pues eso, hablar por hablar, en realidad, que a mí me encanta. Pero él no ponía ningún interés, no respondía, miraba el móvil y pasaba de mí, y yo me venía abajo.

Me di cuenta de que me aburría mogollón cuando estábamos juntos. No tenía motivación ni apetito sexual en la relación, y él también se dio cuenta, porque empecé a notar que se ponía a la defensiva siempre que yo intentaba avivar un poco la relación con conversaciones que parecía que le incomodaban.

Cuando yo ya tenía decidido que quería dejar la relación pero no sabía muy bien por dónde abordar el tema, el amigo de una amiga mía se enteró de mi situación y aprovechó para decirme que en el pueblo de Ángel la gente lo tenía por un tío ”un poco psicópata”, porque había discutido con su grupo de colegas de toda la vida y acto seguido a todos les empezaron a pasar cosas malas: ruedas pinchadas, llamadas anónimas, cables de teléfono cortados… Unas cosas que yo no podía creerme pero que este chico aseguraba que habían sido obra de mi novio.

Me empezó a dar muy mal rollo, así que no dejé pasar más tiempo. Quedé con él y le dejé. Su reacción, para sorpresa de nadie, fue quedarse callado y no decir ni una sola palabra. Se dio la vuelta y se fue.

Al día siguiente, me desperté con mi perro vomitando por todo mi cuarto. Se le notaba muy mal, empezó con una diarrea horrorosa y llegó al punto de tumbarse y no moverse, así que corrí a urgencias con él, al borde del ataque de ansiedad y pensando que se me iba.

Llegué al veterinario y me lo pintaron bastante mal por ser un cuadro de envenenamiento que le había producido insuficiencia cardíaca. Me dijeron que muy posiblemente moriría.

Después de varias horas de agonía, para él pero también para toda mi familia, nos dijeron que se salvaba. Al llegar a casa y encontrarnos con los vecinos, les contamos lo ocurrido para que tuvieran mucho cuidado con sus perros. Entonces, uno de los hijos me dijo que la noche anterior había visto a un chico darle comida a través de la valla. La descripción coincidía totalmente con la de Ángel. 

Todavía no puedo hablar de esto sin echarme a llorar. Sin duda pensó en hacerme el mayor daño posible y lo hizo. Le llamé y le di la oportunidad de negarlo, pero ni siquiera se esforzó en parecer inocente. Me dijo que no tenía nada que decirme y me colgó. A pesar de que yo le gritaba como una loca y lloraba desconsolada.

Evidentemente, me fui directa a comisaría y lo denuncié. Todavía estoy esperando el juicio, pero de momento nunca dejo a mi perro en el jardín sin vigilancia. Mientras tanto, intento digerir el hecho de que estuve casi tres años con un ser capaz de hacerme esto.

ANÓNIMO