La perseverancia es un don que no valoramos lo suficiente.

No estoy orgullosa de mi comportamiento con esta historia, pero antes de que me juzgues te diré que en aquel entonces me daba pavor salir del armario y siempre he sido una persona muy indecisa.

Conocí a la que hoy es mi mujer en 2013 en una aplicación de contactos de chicas que ya ni existe. Ese año era para conocerme, experimentar y ser feliz sin tener que dar explicaciones. Mi experiencia lésbica llegaba a los sueños eróticos explícitos con Drew Barrimore, pero nada más. Sabía que quería cruzar esa barrera y de ahí que entrase en la aplicación.

Hablé con  un par de chicas antes de conocerla a ella. Noté la diferencia de conexión desde el principio. No es lo mismo una serie de preguntas banales de tu vida cotidiana, a una larga y distendida conversación sobre cualquier tema que se te pueda ocurrir.

Pasamos un par de meses hablando y fue ella la que propuso quedar. Yo acepté, pero mis dudas y miedos salieron a flote. Si a esto le sumas un gripazo de campeonato, derivó a calabaza inminente. Cabe añadir que ella se había hecho 100km en coche para ver 10 minutos antes de la cita un mensaje que decía: «no me encuentro bien, lo dejamos para otro día».

Nuestras conversaciones seguían fluyendo y me propuso volver a quedar. Aquí fue cuando mi yo dubitativa puso miles de excusas hasta que acepté. No obstante, ella me preguntó ese mismo día si me apetecía verla y yo, como una valiente tontaina, le dije: si no has salido de casa, ni te molestes. Mejor otro día.

Lo que no supe hasta hace unos años es que ella había ido a mi ciudad y tal cual llegó, se fue.

Aquí ya cambió muchísimo nuestro ritmo de conversación. Estuvimos unos meses que ni nos saludábamos ni nada. Yo seguía entrando a cotillear su perfil, hasta que me dijo, de manera textual:

Tú, idiota, miras mis fotos y ni me saludas y soy yo la que debería estar cabreada porque me has dado dos plantones. Cuando estés preparada para vivir la realidad,  avísame y tendremos una tercera cita y espero que esta vez te presentes, porque ya te puedes arrastrar que no te haré ni caso.

Sí, mi mujer es una crack a la hora de decir las cosas y claras y yo recapacité. Tras esta gran sinceridad, me tomé un tiempo y empecé de nuevo con ella. Quise ir despacio hasta que por fin quedamos. Solo nos tomamos una cerveza, pero supe que quería volver a verla.

Como no hay dos sin tres, tras esa primera toma de contacto, intentamos volver a quedar, pero mi tercer plantón no fue porque no quisiera, sino por temas familiares ajenos a mí.

No queda bonito contar esta historia, pero he de reconocer que si no llega a ser por su paciencia y perseverancia, me hubiera perdido a mi persona favorita y eso sí que hubiera sido para matarme.