Le quiero más de lo que se merece que le quiera. Esa es la conclusión principal que extraigo tras estos meses de idas y venidas, de indecisiones, de dudas, de sonrisas, de creer que me podría comer el mundo y de sentir que, después de todo, nada tiene sentido.

Lo que más me afecta es probablemente la certeza. Esa que apareció un buen día, de repente, y que me ha acompañado, y acompaña, desde entonces. La certeza de saber que sí, que era él y no otro, que los cuentos de hadas existían y que mi intuición no me había fallado. Era él. Lo sentía. Como sentía, y sabía, que al día siguiente volvería a salir el sol. Como sentía la sangre en mis venas. Así, sentí que era él. Y ahora me siento idiota. Por creer en aquello, por haber permitido que surgiera, por tomarme tan en serio. Ahora me siento estúpida, algo estafada y triste.

Vendrán otros, dicen. Eso sí, la próxima vez tienes que ser borde, quererte más, no darte tanto. Hacerte de valer, que decían las abuelas. La próxima vez. ¿Qué próxima vez? Si todo aún es él, aunque no lo merezca. Aunque no lo quiera. Aunque no lo sepa.

Vale. Próxima vez. Ser borde. No dejarse situar en la zona de amistad, esa que les ofrece salida fácil. Ya sabéis: te aprecio tanto como amiga que no quiero perderte y si seguimos adelante, te haría daño. Estoy seguro, créeme, te estoy haciendo un favor.

Pero, ¿dónde estaba todo eso en la época de los mensajes de madrugada, de las promesas, de los planes, de los viajes soñados? ¿Dónde estaba el recelo, el no me quieras, el esto no es lo que parece? ¿Por qué el engaño? ¿Tanto tienen que entregar, o decir que entregan, a cambio de un polvo? ¿Tan poco valen las palabras? ¿Tan fácil es mentir?

Y me siento como el perro del anuncio. Yo nunca lo haría.

O a lo mejor, sí, y me estoy haciendo demasiado la víctima. A lo mejor soy una quejica insufrible, una agónica enamorada del amor, una intensa atrapada en un cuerpo de solterona a la que nunca han querido bien. Tal vez es cierto, que me he pasado y le he agobiado. Normal que escapara. Encima que, pobre, me quiere y todo como amiga. No soy digna. Y no me sale ser borde.

Pero entonces recuerdo la certeza. Y me veo a mí misma con los ojos de los que me quieren (de verdad). Y siento que el equivocado es él. Yo al menos lo supe, lo sentí y lo disfruté durante algunos instantes. Escasos, escurridizos, casi inexistentes. Pero ahí está. Ahí está lo que fuimos. Ahí está lo que hubo. Lo que él (se) niega.

Volverá, dicen. No, no va a volver, digo yo. Y no se trata de un mantra que me repito para dejar de esperar lo que en el fondo espero que ocurra. Sé que no va a volver. Esta es otra certeza que tengo desde hace pocas horas, desde ese último y civilizado encuentro, en el que él me miraba y no me veía y yo lo miraba y quería besarlo. No, no va a volver. Y sé también que dentro de un tiempo lo agradeceré, restañaré heridas, pasaré página y me avergonzaré, profundamente, de estas letras mal juntadas destinadas a quien no las merece.

Aliena Black