¿Alguna vez has conocido a la típica pareja de torpes? Bueno, pues esos somos yo y mi chico. Y créeme que nuestra única experiencia con un jacuzzi privado nos representa a la perfección.
Hace pocas semanas fue el cumpleaños de mi chico y él es muy fan de las bañeras, piscinas y sobre todo jacuzzis. Así que me lo llevé por sorpresa, a un hotel que tenía jacuzzi privado. Vamos, el típico regalo hot.
Dejé la habitación preciosa, había puesto un par de regalos en la cama, llené el cuarto de baño con velas y coloqué estratégicamente un gel para hacer espuma, dos copas y una botella de vino blanco, al lado del jacuzzi privado.
Mi chico estaba aún alucinando pero yo quería jarana, así que dejé caer mi vestido al suelo y le dejé ver el conjunto de lencería fina que tanto me había costado encontrar. Porque déjame que te diga: encontrar conjuntos bonitos con una 105F y una talla 46 no es tan sencillo.
Él me vio las medias hasta medio muslo con ligero y te prometo que ni se fijó en las marcas chungas que me había dejado el autobronceador. En menos de 3 segundos le tenía a empujones contra la pared deshaciéndome las bragas.
Estábamos on fire, no te voy a mentir. Pero se nos ocurrió que un polvo salvaje lo podíamos echar todos los días así que rebajamos tensiones y decidimos darnos un homenaje en el jacuzzi.
«¿Cuantas veces tenemos un jacuzzi privado sólo para nosotros? ¡Vamos a amortizarlo» Me dijo mi chico y allí fuimos.
No sé muy bien cómo, porque si pensamos en la logística del asunto, entre los dos sumamos casi 4 metros de altura y más de 200 kg, pero bueno, era un día especial y por qué no íbamos a soñar a lo grande.
Empezamos a llenar el jacuzzi de agua, queríamos poner el jacuzzi como en las pelis, con un montón de espuma y tomarnos la copa de vino blanco mientras nos dábamos el baño. Echamos un poco de espuma y nada, no hacía muchas burbujas así que echamos casi media botella de jabón. Lo típico, cuando la bañera es grande el ahorro de gel es un despropósito, ya tú sabes.
Dejamos el cuarto de baño precioso: las velas, el vino y un jacuzzi lleno de espuma.
Nos quitamos la ropa interior y nos metimos en el jacuzzi ¡Menuda maravilla oye! El agua estaba caliente, la espuma me tapaba las tetas y el vino estaba frío y delicioso. ¡Estábamos en la gloria!
“El remojo muy guay, pero bueno ¿Le damos caña al hidromasaje?” Me preguntó mi chico. Y por supuesto que le dimos caña.
Nos tumbamos hacia atrás, encendimos los chorros de masaje y cerramos los ojos.
Al de pocos minutos se me metió un poco de espuma en la nariz. Abrí los ojos y tenía espuma alrededor de mi cara ¡No veía nada! Me puse a gritar como una loca, mi chico se incorporó asustado preguntándome ¿Pero qué ha pasado? ¿Por qué hay tanta espuma?
Paramos los chorros enseguida, la espuma se estaba desbordando del jacuzzi. Mi chico se levantó de la bañera y en vez de parecer el vikingo sexy que tenía planeado follarme como una loca aquella noche, parecía Patricio, el amigo de bob esponja en la fiesta de la espuma.
Los dos nos empezamos a reír a carcajadas, sólo podíamos vernos las caras. Teníamos montada una montaña de espuma 2 metros de alta dentro del jacuzzi.
Pensamos que la espuma iría bajando por sí sola, así que mi chico volvió a meterse al jacuzzi.
Y allí estábamos los dos, uno frente al otro, sentados dentro del jacuzzi, con espuma hasta encima de nuestras cabezas, mirándonos, sin hablar y esperando a que la espuma bajara.
Mi chico empezó a partirse la caja mientras me decía que parecía la mujer de un gnomo en plena nevada. Y nada, allí estaba yo, sin poder moverme o reírme porque a cada vez que aspiraba un poco fuerte con la boca abierta tragaba espuma.
No parecía que la espuma bajara rápido pero bueno, somos pacientes y no queríamos renunciar al baño erótico que teníamos planeado. Estábamos tatareando una canción que los dos conocemos cuando de repente oigo el sonido de una burbujas violentas. Le miro asustada a mi chico y estaba, totalmente cubierto en espuma, sólo podía verle la cara y créeme que la tenía roja como una puta ciruela.
Vamos, que nos íbamos a meter la follada del siglo y acabamos en un jacuzzi, cubiertos de espuma hasta las orejas, uno frente al otro sin movernos y echándonos pedos.
Salimos del jacuzzi y tuvimos que vaciar la espuma manualmente, la echamos por el retrete, llenamos el lavabo y el bidé y aún así parecía que no habíamos quitado ni un poco ¡Menudo despropósito! Tampoco nos pudimos duchar para quitarnos el montón de espuma que teníamos por traje. Es que, éramos con pelotas blancas, no te exagero ni un poco.
Gastamos todas las toallas quitándonos la espuma y aunque nos moríamos de la vergüenza, llamé a recepción para pedir más toallas. Sólo te digo que al día siguiente la espuma seguía allí ¡Qué puta vergüenza!
Resumen de la historia: pasamos la noche evacuando espuma como pudimos y riéndonos a carcajadas por la situación. ¿Follamos? ¡Ni un poco! ¿Recordaremos esa noche el resto de nuestras vidas? ¡Seguro!
M.Arbinaga
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