Que la protagonista de una novela sea una treintaymuchera ya es fantasía, que se permite ser acidérrima por dentro y asperrísima por fuera es una excepción magnífica.

Diréis que me invento palabras, pero es que lo inusitado del acontecimiento lo exige y, por qué no decirlo, deseo con firmeza que se abran las compuertas de un nuevo paradigma: protagonistas desatadas sin límite de edad.

¡BRRR! Escribo esto con escarpias en la piel.

Temía que fuera una de esas novelas de moda en los 90 en las que el presente y el pasado van paralelos dándose sentido. El ocho estaba genial, pero ya superado, por más que se empeñen en sacarlo del panteón de fórmulas ilustres.

Me arriesgué prometiéndome abandonar si me topaba con una fórmula manida. AVISO: ES UNA NOVELA DE HISTORIAS EN FALSO PARALELISMO. Pero (por una vez estamos ante una disyuntiva buena) está tan jolgoriosamente bien escrita que te anula la depreciación.

¿Cómo?

Muy fácil: una protagonista en estado de desgracia dando el do de culo en una ópera ridícula (en el mejor de los sentidos) de mansión de los horrores contrastando con la historia del pasado, cuyos ecos de odio y dolor trascienden el velo del tiempo en busca de la liberación o seguir lampando.

Imprescindible, antes de continuar, incidir en que el texto está escrito con esmero. La parte del pasado se me antoja más flojilla, pero muy por encima del promedio en la literatura independiente. Lo que pasa es que la parte del s. XXI es tan maravilloso en la parte formal que todo desmerece. Aunque no descarto que sea cosa mía, que lo haya leído con malos ojos habida cuenta de mi rechazo a las historias con todos los personajes muertos antes de empezar a narrar.

De género, generoso: aventuras con detonante terror, romance blanco-amarillo sobre un lecho de drama clasista decimodemónico. Por poner algo.

Lo tercero, y esto es algo que valoro mucho, la ambientación te hace paladear polvo (el de los ácaros), fluidos (no gustosos. Que se lo digan a Marta) y sangre (como en una fábrica de morcillas). A veces una agradecería un poquito menos de recreación ya que, sin llegar a lo gore, te hace empatizar con el servicio de limpieza que se tenga que hacer cargo del desastre cuando pases la página.

Hay lecturas con gusto a palomitas: La leyenda Jurado es como una ronda de chupitos con esas amigas que hacen que te rías de lo peor que te ha pasado.

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Fátima Romero.