Edurne Valiente y el arte de huir de la autocensura.

Por Eva Fraile.

Benditos sean los escritores que no reprimen el impulso de escribir, y mucho más aquellos que no se autocensuran, que no piensan «bueno, no, esto no puede ir así». ¿Alguna vez os habéis parado a pensar en la cantidad de escenas que nos hemos perdido en los libros? La de momentos memorables entre las páginas de una novela que nunca fueron por culpa de un editor que le dijo a un escritor que le cambiase esas siete páginas del final porque cómo se iba a morir el protagonista así tan de repente.

Pero, y os reformulo la pregunta, ¿qué haríais vosotras si tuvierais entre manos una historia, salida de vuestra cabecita y en cuya calidad confiáis, pero que sabéis que contiene escenas polémicas que os van a pedir que cambiéis? ¿Qué haríais? ¿Confiaríais en ella hasta el final o claudicaríais? Por este mismo proceso imagino que tuvo que pasar la escritora valenciana Edurne Valiente, autora de la novelette Una canción fúnebre y la novela El Lazo, que contienen algunas escenas sobre las relaciones que pueden resultar un tanto chocantes, pero que ha sabido recrear en ambas una historia de fantasía muy disfrutable. 

Ella misma reconoce que no solo no se censura a la hora de escribir, sino que además escribe aquello que le gustaría leer: «Precisamente soy una lectora que siempre busca libros con protagonistas excéntricos o donde se muestren relaciones atípicas. Cada vez que encuentro una obra así, pienso: “Dios, esta es la turbiedad que me gusta”, y procedo a disfrutar de la historia. Al fin y al cabo, es todo ficción». Pero, claro, una piensa: «Esta muy bien eso de que todo es ficción, pero vete tú a decirle eso a un editor». A fin de cuentas, hay que tenerlos muy bien puestos para tirar adelante con lo que has escrito, le pese a quien le pese (y le va a pesar, créeme). Hoy en día, al menos tenemos múltiples recursos de autopublicación, pero imagínate hace 20 años. La de novelas que habrán acabado muriendo en cajones sin abrir.

Y no solo hay que hablar de editores en la conversación sobre la censura. Al público también es muy importante caerle en gracia. Yo creo que si intentas agradar a la gente se acaba notando y entonces no te quieren. La mejor fórmula es hacer como Edurne Valiente y simplemente disfrutar de lo que has escrito y dejar las opiniones ajenas un poco al margen. O también saber rodearse de una comunidad de lectores a los que les gusta leer historias chocantes tanto como a ti te gusta escribirlas. «Es cierto que los editores son bastante más puritanos que los lectores. Pero en mi caso, mis lectores sabían desde el principio que iban a comprar y a leer una historia atípica y, aun así, se lanzaron al barro de cabeza», reconoce la escritora levantina.

Vivimos en una época de metaversos desenfrenados e inteligencias artificiales que crecen a pasos agigantados, mientras que, paradójicamente (bueno, no tanto, si lo piensas), la nuestra se encoge y necesitamos una literalidad cada vez más expresa en aquello que consumimos para saber diferenciar la realidad de la ficción. Es algo llamativo, pero cada vez menos cantidad de público resiste al impacto de lo ficticio, o puede soportar que haya algo en la ficción que lo incomodaría en la vida real. Y no tiene nada que ver con esa etiqueta de lo políticamente incorrecto. Primero porque esta suele ser una etiqueta autoimpuesta (como esa censura de la que hablábamos) y enmascara una pose canallita que tiene más de mala educación que de otra cosa.

Por favor, huid de quien se etiquete como políticamente incorrecto. Siempre. Muy al contrario, lo que hacen autores como Edurne Valiente, sin etiquetarse como nada y sin pretensiones exageradas, es contarnos cómo sería el mundo que leemos, que habitamos con la imaginación, si… De eso no huyáis nunca.