Cuando los valores rancios de la sociedad en la que vivimos salen al campo surgen noticias como la que lleva recorriendo los periódicos españoles estos últimos días. El mes de abril salió a la luz una noticia inspiradora, Jesús Tomillero decidió confesar abiertamente su homosexualidad convirtiéndose en el primer árbitro gay que lo reconoce al público –en España, que llevamos más retraso que las Canarias– . Fueron muchos los gestos de apoyo por parte de sus compañeros de profesión y demás aficionados al fútbol y el mismo Jesús declaró que no era la única persona homosexual en este sector, otros árbitros e incluso jugadores de primera y segunda división siguen “en el banquillo” por miedo a la discriminación. Por desgracia la homofobia ha eclipsado a todos los gestos de cariño y el joven árbitro, agotado por la discriminación, ha decidido abandonar el fútbol.

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Jesús Tomillero ha tenido que aguantar faltas de respeto como «no te da vergüenza pitar lo que has pitado, maricón de mierda», «el gol te lo van a meter por el culo, maricón», «eres un come pollas y te gusta que te partan el culo, maricón» y «anda maricón, que te gusta que te partan el culo y comer pollas» mientras toda la grada reía –niños incluidos–, y la agresión no se limitó a las palabras, varios jugadores llegaron a tirar piedras contra la ventana del vestuario mientras pasaba el acta del partido.

Las burlas y la violencia han ido desgastando al árbitro y le han robado poco a poco la ilusión por su deporte –porque él más que nadie se puede permitir considerarlo suyo– pero el detonante que ha provocado su retirada ha sido la discriminación por parte del Comité de Árbitros y la Federación Andaluza de Fútbol que han tratado de disuadirle para que no hiciera públicas las agresiones sufridas e incluso han llegado a amenazarle con represalias ante las que Jesús ha reaccionado con estas valientes –y amargas– palabras: «antes de que me castiguen soy yo el que me voy».  Este no fue el primer intento por parte del Comité de Árbitros de silenciar a Jesús, hace unos meses le exigieron retirar una foto de su Instagram en la que salía con el uniforme de árbitro y la bandera del orgullo gay.

El fútbol no está a la altura de Jesús, un chico que ha trabajado desde los once años para cumplir su sueño de poder pitar en un campo, sueño del que se despide mientras centenas de homófobos unineuronales se aprovechan de la pasividad de las asociaciones de fútbol. Para la desgracia de esos cafres esto no es una derrota, el partido contra la homofobia está cada vez más vivo gracias a las heroicas acciones de aquellos que ondean la bandera de la tolerancia con fuerza y coraje.