Si me preguntas que si soy una romántica de la vida, de primeras te contestaré que no. ¿Moñas, yo? Pero si a veces soy más burra que unas bragas de esparto, si no le digo que no a un “aquí te pillo, aquí te mato”, ¡si me meo con Torrente!

Pero luego lo pienso medio segundo y… ¿a quién quiero engañar?

Es cierto que nunca he sido de Danielle Steel, que no me mola el rosa, que de pequeña me gustaban más los Power Ranger que Sailor Moon. Que odio los corazones, las estrellas y los unicornios. Que soy más de piñas, de birras y de reggae. Pero chica, lo de ser una moñas es como lo de las procesiones, que se lleva por dentro y yo, como la Pantoja, quiero confesarme.

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Llevar una vida de romántica empedernida es muy duro.

Una romántica se levanta por las mañanas con banda sonora, normalmente son temas melódicos, de los de acurrucarse debajo del nórdico, escuchar la lluvia caer (porque disfruta más del invierno que del verano, eso es así) y perder la mirada en el rayito de luz que entra por la ventana. Es su momento del día. Lo disfruta como la que más. Pero la romántica no se queda ahí, en esos 5 minutos (o media hora) se pone intensa consigo misma: se imagina el plano y hasta la secuencia de la película. Le pone cara hasta el actor principal. Pero quien la saca de su ensimismamiento no es él, es el puñetero despertador que lleva sonando desde las 7 y ya va por su quinta alarma.

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Se alimenta de miradas, se imagina las historias de la gente con la que se cruza. Camina con banda sonora; probablemente con el nuevo cantautor que acaba de descubrir. Ella sabe que cualquiera puede ser el hombre de sus sueños (cualquiera que a ella le guste, claro está. Que es moñas pero no gilipollas) Si va hecha un adefesio no importa, las románticas sabemos que si te quieren, te quieren: da igual que vayas en pijama que luciendo tus mejores galas; que así es más intensita la historia, ¿no? Historia que sabes que tiene un 0,2% de posibilidades de que vaya a ocurrir, pero chica, por imaginar…

Ella queda con chicos, tiene sus líos y sus aventuras; pero sufre a su modo. Sufre porque le dan dos besos al irse en vez de girarse en la siguiente esquina y jurarle amor eterno. Sufre porque nadie va a salir corriendo detrás de ella en mitad de un aeropuerto, ni la van a besar bajo la lluvia en mitad de la Gran Vía. Sufre porque le regalan un par de zapatos o un bolso en su aniversario en vez de una cena en el bar en el que se conocieron, acompañada de un par de entradas para un concierto. También sufre porque se siente incomprendida, porque a la romántica no se la seduce con palabrería, ella necesita actos de valentía. No es que quiera ser una princesa, ni mucho menos. Es que simplemente se monta unas películas en la cabeza que ríete tú del guión de Los Puentes de Madison. Y claro, no le vale cualquiera.

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La romántica quiere post-it en la nevera cuando se levanta, quiere whatsapp con link a canciones antes de dormir, quiere enamorarse en el metro y hacer el amor en la playa. Sueña con una primera cita de esas en las que cuando ya te vas a despedir, el chico se gira y te da el beso más beso del mundo mundial universal. La romántica quiere que la juren amor eterno mientras se despierta (sin que le huela la boca a perro muerto ni tenga el rimmel mega corrido, evidentemente)

Por eso ella no se rinde y sigue buscando. Espera encontrar un Josh Hartnett en una lavandería, un Joseph Gordon-Levitt en el trabajo (e ir a Ikea con él, obviously), que le regalen alguna estrella como a Mandy Moore y hasta se plantea que la idea de un Patrick Swayze en su vida no es tan descabellada.

Así que después de perseguir miradas, de gastarse 5 euros en una lavandería de Lavapiés y acabar con un nórdico descolorido, la romántica se va a dormir. Lee un poco, pone música de fondo y vuelve a mirar por la ventana. Quizá mañana tenga otra oportunidad. Es romántica, pero también cabezota. Sabe que las mejores historias no son fáciles, que cuestan, pero al final llegan.

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Quizá algunos la tachen de ilusa, pero ella sabe que el error en esta vida, como dice Albert Espinosa, es no vivir intensamente.

Así que amigas, si algún día me encuentro con un Noah, le diré que apunte en su diario que además de maravillosa, soy una romántica.