De toda la vida se ha dicho que las mujeres a la hora de ligar lo tenemos más fácil y que solo tenemos que esperar a que sea el otro el que se acerque. Yo tengo mis reservas con esta afirmación pero, aún así, diré que hay algunas personas que preferimos ser entradas a entrar no por vagancia, sino por timidez o por tener el don de la inutilidad a la hora de ligar. Ligar es todo un arte y no todo el mundo sabe.

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Qué queréis que os diga, no sé ligar y esos consejos que leo por ahí sobre cómo hacerlo con éxito me parecen una mentira cochina, ya que para eso hay que valer -como ya he dicho, es todo un arte y yo de artista tengo poco-. A mis escasas dotes de ligue hay que sumarle mi timidez, la cual hace que algo sencillo me resulte de lo más complicado.

Sé que lo primero es conseguir contacto visual del chico que me ha caído en gracia. ¿Cómo? Con naturalidad, dicen. Dicen esto y se quedan más anchos que largos, como si fuera tan sencillo. Se supone que la mirada ha de reflejar interés, así que solo tendría que poner la misma mirada que dirigía a mis profesores de la universidad cuando fingía que me enteraba de todo lo que explicaban. A priori debería ser fácil, pero es que ningún profesor se creyó mi actuación y al final mis ojos acaban entornándose tanto que parece que estoy mirando mal, por eso siempre  recurro al saludo elegante y discreto.

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Después de la primera toma de contacto, lo ideal es acercarse a él demostrando autoconfianza mientras camino como Beyoncé peeero NO. Lo que suele ocurrir es que:

  1. Mientras camino hacia el chico, me tropiezo y me pongo roja.
  2. Como me he puesto roja, me acaloro y empiezo a sudar.
  3. Noto cómo él se ríe y me pongo aún más colorada y sudo aún más.
  4. Cuando llego donde está él, le digo hola pero, o me sale un gallo o tartamudeo.
Yo, por dentro

Pero como he venido a jugar, y además ya le tengo enfrente, continúo. Sé que es el momento de decir algo inteligente, porque lo soy, con mis amigos lo demuestro y él es solo una persona más, así que haciendo un esfuerzo neuronal le suelto un ¿Qué?¿Tomando un café? Mientras mi cerebro me recrimina ¡Pero si estáis en una cafetería! ¿Qué iba a beber? ¿Tequila?

Aún así, el muchacho, muy educado él, me contesta: Sí, un café con leche. Y yo, en un nuevo alarde de inteligencia le contesto con un Ah qué bien. A partir de aquí puede ocurrir dos cosas: que al chico, a pesar de todo, le haya caído en gracia o que, por el contrario, me eche con la mirada. Si sucede lo primero, me tocará reírme con la primera broma que él diga para romper el hielo, ya sabéis en plan jaja, qué bobo mientras me coloco el pelo detrás de las orejas de forma sensual, pero eso nunca ocurre y, lo que suele pasar es que de los nervios no controle los músculos de la cara y acabe dando miedo. 

Pero yo, que nunca me rindo, que soy una chica con recursos, estoy empeñada en demostrarle a ese tío que soy una mujer que sabe hacer más cosas que reírse como una loca y soltar chistes tan malos que hasta mi madre se avergonzaría de mí. Por eso encauzo la conversación hacia temas sencillos y fáciles de manejar como, por ejemplo, los hobbies de cada uno. Y esto no me acarrearía ningún problema si no fuera porque hay a tíos que, en vez de gustarles el cine, prefieren la ciencia dura -que no tengo nada en contra de ella, pero que es que yo no tengo ni idea- como ya me pasó con uno que me dijo un A mí es que me interesa la Teoría de cuerdas ¿te suena?  y  yo, que ante todo soy sincera le dije la verdad: Sí claro, de The Big Bang Theory -por muy triste que parezca, es totalmente cierto-. Y de nuevo mi cerebro se frustra por mi torpeza.

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Al final una se da cuenta que ninguno de sus trucos para ligar ha funcionado cuando, ese chico tan paciente se despide con un Bueno me tengo que ir, ha sido un placer. Y mi cerebro me avisa que eso es mentira, que me he comportado como una loca y que ahora lo único que puede salvar la poca dignidad que me queda es despedirle con cortesía y volver a mi sitio. Así que por una vez intento hacerle caso.

bye
Y de nuevo fracaso