Treinta y cinco largos años caminando por la vida -que diría el Melendi más rastafari- completamente ajena al drama que se urdía en silencio sobre mis propias pestañas. ¿Por qué no me di cuenta antes? Mi madre siempre me dice: “hija mía, que no tengas que estar en boca de nadie”. Pues estará contenta… Venga a lucirme con absoluta tranquilidad, dando de qué hablar, así, con mis pestañas tal cual vinieron al mundo. Todo el tiempo transcurrido y no les he hecho ni un mísero lifting que planchara su insulsa existencia. Y si solo fuera el lifting mis pecados podrían ser expiados, pero lenguas ajenas afirman que a mis pestañas también les faltan unas extensiones que engrandezcan su presencia.

A vosotras, lenguas portadoras de la verdad estética, os solicitaría con ahínco información sobre cómo proceder para agradaros y acerca de la inversión monetaria que supone realizarse los citados tratados sobre la pestaña. Y sepan, vuestras señorías, que por el estipendio que me resta hasta que el mes brinde su última exhalación y por el tan en boga afán de reusar, les imploraría con férrea voluntad -mas sin ánimo de molestar- ¡que usaran los puñeteros pelos que nos hacen quitar a las mujeres de las ingles y los reubicaran en las pestañas a su gusto! Ejem, perdón, decía que, reusando el vello de la castaña se crearían tamañas pestañas que proporcionarían unas caídas de ojos de tal voluptuosidad que os anonadarían a la par que os mantendrían abanicados hasta la primera luz del quinto día. 

Dejando a un lado mis conversaciones imaginarias con los mandamases de lo estético, me pregunto cuál es la razón por la que las pestañas deben tener cada vez más frondosidad y longitud y, por el contrario, la linde del chichi -ejem, la línea del bikini-, tiene que estar rasa como lomo de delfín. ¿No podríamos hacer el lifting y las extensiones en los pelos de las ingles? Nos quedarían los bajos como si lleváramos una especie de falda hawaiana. Un sueño. Don’t stop believing. 

Esto de quitar de donde hay y poner donde no les encanta a los gurús de la belleza: corría el año 2002 y a mis influenciables dieciséis años, me dejé las cejas con el grosor de un hilo dental gastado poseída por la moda que me rodeaba. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, imponen que lo que ha de llevarse son dos cejas acolchadas como colas de mapache. Qué misterio saber cuál será la próxima ley de la ceja que imponga la jefatura de lo estético. Ojalá un 2025 en el que la tendencia sea unas cejas del revés, como pequeñas sonrisas sobre los ojos. Espeluznante, Carmen, pero una fantasía al mismo tiempo. El microblanding y el micropigmento dejando paso al microvuelting u otro microinvento.   

¿De dónde procederá la fijación que tiene la oligarquía de lo estético con el pelo de las mujeres? Recuerdo mi cara desconcertada viendo esos anuncios de champú donde te mostraban a la típica modelo antes y después de usar el producto. En los anuncios para pelo rizado empezaban con un: “¿pelo encrespado?” mostrándote a la modelo del antes en blanco y negro y con la misma cara de disgusto que si le hubiesen robado la cosecha de todo un año. Y yo la miraba y pensaba, “coño, yo tengo el pelo así”. Todo el tiempo creyendo que tenía el pelo rizado y resulta que no, que estaba encrespado. Lo mío no era un rizo porque cada bucle no parecía un perfecto muelle cincelado por Miguel Ángel. Por eso ahora, cada vez que veo mención al famoso método curly aparto la mirada. Me niego a que me creen otro complejo. Tengo el pelo más, menos, mejor o peor rizado según el día. Según la hora te podría decir. Incluso puede que me mires un momento y pienses: “uy, qué pelo más bonito” y que luego pestañees un instante, vuelvas a mirarme y yo ya tenga el pelo como si me hubiese enfrentado a catorce gatos hambrientos. C’est la vie. No quiero que parezca que acabo de salir de la peluquería todo el rato o tener que dormir de pie para que no se me espachurre el pelo, ni echarme doscientos cincuenta y siete potingues “de ingredientes naturales”, ni secarme con una toalla de lino del Himalaya mientras me sopla una oveja merina, alpina y albina. Como dijo Gloria Trevi en 1991: “Voy a traer el pelo suelto, voy a ser siempre como quiero, voy a olvidarme de complejos, a nadie voy a tener miedo”. Juego, set y partido. 

Además de la cuestión capilar, la dictadura de lo estético siente una aversión visceral que abarca otros aspectos: celulitis; estrías; pieles muy blancas o muy negras; ojeras; granos; cicatrices; lunares o pecas en lugares que no les parezcan atractivos o pertinentes (no les enseñes un lunar con pelo porque les da un parraque); caderas anchas o rectas; muslos; michelines; pechos pequeños o grandes, mamas caídas o subidas, bustos juntos o separadas (los pezones son el mal); piel flácida o muy prieta; de naranja, mixta, grasa o seca; gente alta o baja; huesos muy a la vista o escondidos; prácticamente ninguna nariz, orejas o labios; canas; manchas; bolsas; arrugas y; cualquier muestra de persona diversa e incluso viva.

Me pregunto si es que no les gusta la naturaleza del cuerpo humano y mucho menos su envejecimiento. Lo mismo es que quieren que tengamos el vientre plano y el encefalograma también. Claro, si no damos muchas señales de estar vivas, entre otras cosas, ralentizamos la aparición de los temidos signos de la edad. Porque los signos de la edad es una cosa que les molesta sobremanera. Es que no pueden con los signos de la edad. Madre, lo que les fastidia un signo de la edad. A veces pienso que debería haberme clavado una daga en el pecho al cumplir los veinte años para no perturbarles con mis odiosos signos de la edad. ¿Por qué sigo viva? ¿Por qué? Ja, ja, no; ¿qué ha pasao?

 

Otra cruzada importante la tienen contra los poros. Se ve que las caras no están inmaculadas y tenemos “impurezas” que hacen llorar al niño dios. Por supuesto tienen la solución a tal ultraje: una especie de Satisfyer facial que te restriegas por el rostro y que no da placer (por mucho que las de los anuncios salgan sonrientes cuando lo usan). La rutina ha de completarse con un listado nada desdeñable de productos: agua micelar, leche desmaquillante, tónico, algún exfoliante, mascarillas, crema antiarrugas -y antimanchas e hidratante-, sérum, contorno de ojos, exfoliante labial, una bb cream y protección solar. Ah, también una piedra de esas antiestrés para refregarla por la cara. Eso lo veo sensato, claro. Me vendría bien la piedra para paliar la ansiedad que me generará el tener que hacer esta rutina de cutis completa y los tres trabajos que necesitaré para costearme los productos. Por supuesto no debo olvidar que todo lo que compre lleve ácido hialurónico. Que no se me olvide el ácido hialurónico. El ácido hialurónico es a la belleza ahora lo que el bluetooth fue a la tecnología hace unos años. 

Para no tener el cuerpo descompensado con la cara que se me quede, me sugieren que me dé unas sesiones de presoterapia y así perder el volumen que dicen que me sobra. Con este tratamiento te meten en un traje de pseudo astronauta para que veas desaparecer la gravedad que parece ser el tener celulitis o cualquier zona del cuerpo un poco hinchada. ¿Y si yo retengo líquidos porque los quiero para mí? Por avaricia, para el verano, como un cactus o un camello, que nunca se sabe. Creo que las Flos Mariae ya le cantaron a la presoterapia cuando hicieron su famosa canción Amén y su archiconocido verso “como una loncha de queso en un sándwich preso”. Unas pioneras.

Si lo de estar presa no te convence, hay alternativas en la maratón de la belleza inalcanzable. Una de ellas, sin contar las innumerables intervenciones invasivas, es el tratamiento de maderoterapia: te sacan unos palitos de madera (con toda la pinta de haber sido adquiridos en el Natura más cercano) y te los pasan por la barriga mientras suena Enya o alguna sucedánea de fondo. Se ve que Ross Geller fue un visionario en aquel capítulo de Friends con su masaje con cucharas de madera. Por lo visto, este tratamiento también es bueno para perder volumen. Habrá que tener cuidado, no vaya a ser que de tanto perder volumen entre un tratamiento y otro, acabe haciendo un espectáculo de magia a lo David Copperfield y desaparezca. Eso sería para mear y no echar gota, desde luego.

Ahora que digo gota. ¿Necesitaré comprar ya alguna compresa para pérdidas de orina? ¿Qué mojada de bragas se considera conflictiva? Y en lo más íntimo, ¿quiero echarme algo? Mira que aseguran que el chichi tiene que estar seco pero hidratado, oler a rosas del pacífico y saber a caviar del bueno. Pulcro, lubricado en su justa medida, perfumado, firme y sin pelo. Y que te guiñe un ojo con picardía si lo miras de cerca.

Si tuviera pene, con asegurarme de que no le sale costra, sería suficiente. Pero el chichi no, el chichi debe ser la viva imagen de una gota de rocío en una mañana de abril me comentan.

Por suerte, ya hay un tratamiento específico para tal fin, que antes todo esto era campo, pero ahora son todo clínicas de estética: vajacial se llama la técnica. Te dejan el chumino suave como una pared recién alicatada: te lo blanquean, te lo exfolian y te lo rejuvenecen (no vayas a tener tú el pepe acorde a tu fecha de nacimiento) y, ea, nuevo de fábrica, para entrar a vivir. Otra parte del cuerpo a la que no se le notarán los signos de la edad. ¿Dónde vas a ir con el papo añejo?: Alicia, corre hasta tu conejo y dile que pare el reloj, que esto ya no es ninguna maravilla. 

 

Yo sé que están entretenidos y le sacan rédito a crearnos complejos, a hablarnos de supuestas imperfecciones que solo son parte de la vida y la naturaleza de los cuerpos, pero, al menos, que lo digan abiertamente, con sinceridad, en plan: “mira, vamos a crearte necesidades en forma de complejos porque queremos ganar mucho dinero y este va a tener que emanar de las mismísimas entrañas de tu infelicidad. Vas a dejarte el sueldo y a perder mucho, mucho tiempo. Pero vas a ganar en inseguridad, chica. Cuando el mensaje no cuele fácilmente, renovaremos el discurso, camuflándolo según nos interese: fingiremos estar del lado del feminismo y el empoderamiento de las mujeres y con ello te seguiremos vendiendo un sinfín de elementos de packaging atrayente y slogan divertido y atrevido -como tú (guiño, guiño)- y vamos a hacer que creas que los necesitas porque lo has decidido tú, para sentirte mejor contigo misma. Cuando pienses que has llegado a alguna meta en la carrera hacia la perfección imposible, te presentaremos un nuevo “defectillo” que te acompleje y, después, la “solución” al mismo. Porque esto es el ciclo sin fin y queremos que seas una leona mansa en un papel secundario. Y todo estará tan bien cosido que, aun consciente de esto que te cuento, no podrás escapar de nuestras cuidadas y largas uñas sin algún rasguño”. 

 

Las cosas bien dichas bien parecen. ¿O quizás no?

 

En fin, se me han antojado castañas. 

 

MARÍA JESÚS CHANO CLEMENTE

@lady_oxivirin