Yo solo he estado enamorada dos veces en mi vida. La primera fue una historia de más llanto que sonrisas, de aquellas en las que tendría que haber puesto el freno antes, acudir a un profesional y denunciarlo, quizás. La segunda es… bueno, complicada. Y digo es porque aún le quiero. Y no me pesa decirlo ni me marca ni me duele. Es una verdad como que el agua del mar es salada. Un hecho, y ya está.
Es una historia que me llevaría mucho tiempo  explicar, pero la nuestra fue una historia compleja pero que mi amiga Silvia resume en la preciosa frase de: “Erais el desastre perfecto. Tú, el Titanic, y él, el iceberg.”

Teníamos que encontrarnos.
Yo tenía que enamorarme de él locamente como no lo había hecho de nadie.
Porque uno cambia y se hace mayor, y nunca se ama dos veces igual. Pero no he mirado jamás a nadie como lo miraba a él. Y ahora sí uso el pasado, porque aunque le quiera, ahora todo es distinto.
Tenía que hacerme absolutamente feliz.
Con sonreírme, con hacerme reír, con besarme, con solo hablar durante horas de lo horriblemente hipócrita que es la sociedad, con todas sus diferencias conmigo, con sus rarezas inverosímiles.
Y tenía que romperme el corazón.

Con muchos pequeños gestos, con un puñal de hielo, cuando menos lo veía venir. Con lágrimas que escocían en el interior, dejando cicatrices profundas.
No voy a contar la historia para que nadie tome bandos. Porque no importa si yo fui demasiado buena o si él fue un cabrón. O si yo soy una loca del coño, como asegura, y él una víctima de eso. Da igual. Llegaste, te quise y te fuiste.
Hoy lo que importa es que no estás. Y lo que he aprendido, si miro atrás.
Hace unas semanas tuvimos LA conversación. Y terminó, si es que alguna vez hubo empezado. Para mí es y será siempre algo que para él no fue jamás. Y después lloré todo un día sin parar. Y el siguiente el dolor pasó a ser rabia y me enfadé muchísimo. Y el tercero un chico me besó en la oscuridad, tras decirme que estaba preciosa. Y yo le devolví el beso.
Y ese beso cambió toda la historia. Algo dentro de mí explotó como una pompa de jabón. Me abrió los ojos y dejé de ver un mundo de colores irreales y vi algo más.
Vi un final de un capítulo que mi mente hacía mucho que estaba lista para cerrar, pero mi corazón se negaba a aceptar. Pero, lo más importante, vi que el mundo no se acababa ahí, que por haber cerrado los ojos había dejado de ver que hay un mundo ahí fuera. Esperándome.
Aquel beso en una sala llena de gente, todos conocidos de ambos, de música y de luces de discoteca, es algo por lo que voy a estar muy agradecida siempre. Porque si yo había estado llorando por alguien que fingía ser solo un amigo delante de la gente, me demostró que había otra persona allí que me besaba delante de quien hiciese falta. Porque no le daba ninguna vergüenza querer besarme y hacerlo. Porque a mí no tenía que esconderme nadie.
Porque no tenía que rogarle a nadie migajas de atención ni de tiempo, porque aquella noche, en la que por fin estuve centrada en mí misma y en hacerme feliz, todo mi círculo me dijo que brillaba diferente. Porque dejé de mirarle a él y empecé a mimarme a mí. Y mi sonrisa cambió.
Me he dado cuenta, además, que aunque yo sabía hacía mucho tiempo que no podía ser, estaba aferrada a mis propias ganas. ¿No tienes el interés de dejarnos llevar y ver qué pasa? No problem, yo tengo interés por los dos. Y no. Así no funciona. Y yo lo aprendí una vez, pero había decidido olvidarlo. Porque cuando queremos somos capaces de cosas increíbles, como es el hecho de que no se puede obligar a nadie a querernos ni a ver lo que de verdad valemos si no quieren verlo.
Lo que más pena me da es que le olvidaré. Olvidaré cómo sonríe y el sonido estrepitoso de su risa. Olvidaré todos esos pequeños gestos que me hicieron enamorarme y cómo se siente el tacto de su mano sobre mi piel y sus labios en los míos. Me olvidaré de su mirada y de las mariposas. Y solo recordaré la idea de él.
Pero el cuerpo es sabio y todo ocurre por algo. Y esto quiero decírselo a todo el que quiera leerme: si pudiste enamorarte una vez, puedes volver a hacerlo. Y será tan o más maravilloso como esta última vez. Nadie es el fin del mundo de otra persona. Siempre hay más capítulos. Enamórate primero de ti y nunca te faltará amor.

Yo me rencontré en ese beso. O quizás antes, en cuanto decidí dejar de ser infeliz por otros. No fue un beso de amor. Él me miró y fue un beso de “eres preciosa, joder”. Y se me había olvidado. Y todas y cada una de vosotras lo sois. Absolutamente preciosas, auténticas e irremplazables.

Ojalá cada día de vuestras vidas decidáis brillar y que la vida os llene de besos como aquel. No besos de otros, besos que os dais a vosotras mismas porque sois lo más puto maravilloso del planeta y queréis celebrarlo. Besos de reencontraros y quitar de vuestra vida lo que os eclipsa. Besos de vosotras para vosotras.  Ojalá cuando la vida os bese, como me besó aquel chico a mí, podáis devolverle el beso como yo. Con lengua y con pasión. Porque estar viva es apasionante. Y no os hace falta nada ni nadie para ser lo puto más.
Quizás nada de esto tenga sentido pero, si lo tiene, ojalá me devuelvas el beso, tan solo sonriendo.

Septiembre.