Lo que me robó mi mejor amiga cuando la invité a mi casa

 

Nunca lo hubiese sospechado de ella. Éramos amigas de toda la vida. Nos habíamos conocido en el instituto. Fui a su boda, semanas antes de la mía. Ambas fuimos madres jóvenes y nuestras hijas se llevan apenas unos meses. También nos divorciamos con poco margen de diferencia. Llevábamos vidas paralelas, salvo porque el trabajo la obligó a desplazarse a la otra punta de España.

De ir a tomar un café a la semana, pasamos a una relación digital mantenida por mensajería instantánea. Ni ella ni yo teníamos recursos económicos suficientes como para permitirnos un viaje y recortar la distancia. Además, ella compartía piso con otras dos chicas, por lo que tampoco tenía la libertad de poder invitarme. En cambio, con mi hija emancipada, vivo sola y se me ocurrió ofrecerle pasar unos días conmigo en mi casa.

Se emocionó muchísimo cuando se lo propuse y soñamos con mil planes: un musical, un partido de baloncesto, unos bailes en el local de moda. A pesar de no moverme de mi casa, a mí también me sabía a “vacaciones”. Ahorramos con esa motivación, por esos “días de chicas” que tanto anhelábamos como merecíamos.

Aquella mujer no era mi amiga

Desde que fui a buscarla al aeropuerto, noté cosas raras. Se había creado entre nosotras un muro, grueso y frío, que incomodaba y nos distanciaba a partes iguales. En cualquier caso, ya no había vuelta atrás. Estaba allí, no podía dejarla tirada. Creí que era una cuestión de tiempo. Estaba segura de que en breve nuestras poleas volverían a engranar a la perfección y todo fluiría.

Pero no.

Callada y observadora, parecía que un espíritu la había poseído. A mis propuestas, respondía encogiéndose de hombros y con desinterés, y aprovechaba mis obligaciones familiares -tengo que encargarme de mis padres- para hacer cosas sin mí. Entiéndeme: no me molestaba que saliese a pasear sola o quisiera pasar tiempo con otras personas, como amigos y familia; me molestaba que conmigo “cumplía” sin ilusión.

Se llevó dinero, ropa y las joyas de mi madre

No es que yo tenga mucho, pero lo poco que tenía… Se lo llevó. Trabajo en hostelería y, en ocasiones, mi jefe me paga algún extra en efectivo y yo lo guardo en casa para anticiparme a las fiestas de cumpleaños y Navidad. Mi chaqueta más cara es una Guess que tiene 10 años y que uso para eventos especiales. Las joyas que guardo en casa son de mi madre; como padece demencia y empezó a realizar comportamientos extraños, mi padre me pidió que guardase las de más valor en mi casa. La chaqueta y las joyas de mamá también se las llevó. Todo lo que tenía un mínimo de valor. Se llevó hasta la consola portátil que mi hija se dejó olvidada en un despiste durante su última visita.

Fue mi hija la que alzó la voz por la pérdida de su consola.

Llamé a mi amiga, preguntándole si la había visto o se la había llevado sin querer. Se enfadó tanto que me dio que pensar. Ofendida, me bloqueó en WhatsApp y restringió mis llamadas. Puse la casa patas arriba en busca de la consola y, sospechosa, empecé a hacer comprobaciones. No me lo podía creer.

No sé en qué momento fue. Ni siquiera me di cuenta de si lo robó de poco a poco o de golpe el último día antes de marcharse. El dinero no lo toco en mi día a día y, de incluir alguna propia, no recuento lo que hay; la ropa más cara no la uso a diario y las joyas de mamá estaban guardadas en un cajón que no suelo abrir.

Sé que no tengo pruebas, pero tampoco dudas. Su actitud durante el viaje, su reacción cuando le pregunté. El bloqueo injustificado. Perdí dinero, ropa y joyas, pero también a mi amiga de toda la vida.

 

Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real.

 

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