Siempre quise ser madre. De pequeña soñaba con tener un bebé al que poder mimar, cuidar, llevar de paseo y recoger entre abrazos en la puerta del colegio.

Cuando jugaba a ser profe y mamá siempre soñaba con una niña de pelo largo y rubio al que llamaría Sonia. Mi mejor amiga y yo queríamos el mismo nombre para nuestra futura hija y siempre decíamos que no nos importaba que las dos tuviéramos dos niñas perfectas a nuestro lado que llevasen el mismo nombre. Ahora las dos tenemos dos niños maravillosos, y nuestras Sonia han pasado a ser las muñecas de nuestros hijos.

Nunca soñé con una familia grande, me gustaba la intimidad que creaba una relación entre madre e hija o hijo, creía que la unión sería mucho más fuerte si sólo éramos 2 (3 con su futuro padre). Una familia de 3, con paseos los domingos y cenas poco numerosas, sin lujos ni excesos, solo lo justo para darle todo aquello que necesitase y que me permitiese mi trabajo. 

Fui hija única y siempre tuve que escuchar que los niños que crecemos sin hermanos tendemos a ser egoístas y caprichosos y que no valoramos lo que tenemos porque nunca hemos tenido que compartirlo con uno, dos o más hermanos, que nuestra ropa era siempre nueva y de las mejores marcas y que teníamos los juguetes más novedosos y de la mejor calidad posible, además de tener más por el simple hecho de ser hijos únicos, ya que todo nos lo daban a nosotros.

Partiendo de la base de que creo que tendemos a confundir ser hijo único con nacer en una familia noble o de clase alta, me encantaría comentar que muchos hijos únicos lo somos porque no existía la posibilidad de alimentar a otra boca, porque no consiguieron el embarazo que tanto deseaban, porque el parto había sido tan duro e irrespetuoso que solo pensar en repetir la experiencia erizaba los pelos de cualquier mujer que haya vivido en sus propias carnes lo que es la violencia obstétrica.

Vamos, que las razones pueden ser muy variadas y me parece muy peligroso entrar a opinar en algo tan importante como traer a este mundo una vida que no ha decidido venir aquí por sí mismo.

Cuando me iba a casar, todo el mundo me felicitaba preguntándome para cuándo el bebé. Yo, que estaba deseando quedarme embarazada y tenía problemas hormonales no me atrevía a contarles que todavía no me había decidido a intentarlo porque tenía miedo de no poder conseguirlo, así que me limitaba a decir: 


-Uhhh, sin prisa, que aún somos muy jóvenes! Ahora está de moda tenerlos más tarde.

Y así salía del paso.

Antes de casarme cuando hablaba de tener hijos y decía que sólo tendría un hijo o una hija, la mayoría de la gente solía decirme que eso lo decía ahora pero que después querría tener otro porque no iba a querer que creciera solo o sola. Un día llegaron a decirme que la gente que sólo queríamos tener un hijo, no deberíamos de poder tenerlos, porque era un acto muy egoísta.

A los pocos meses de casarme, me quedé embarazada, me sentía tan bien viendo crecer esa barriga que tantas veces había deseado no ver en el espejo que pensé que no estaría nada mal volver a sentir los movimientos de un bebé creciendo dentro de ella y sin haber dado a luz a mi primer hijo, se me estaba pasando por la cabeza tener otro.

Tuve un embarazo maravilloso, un parto largo pero satisfactorio, en el hospital se portaron muy bien conmigo a excepción de alguna enfermera de algún siglo pasado que se empeñaba en decidir por mí la alimentación que quería seguir con mi hijo.

Decidí desde muy poco después de nacer mi hijo que sería hijo único.  La vida tenía preparada para nosotros otras situaciones que no esperábamos y no me parecía idóneo tener otro hijo. Al principio pensé que era egoísta, la gente me había dicho tantas veces eso, que las hormonas y todo lo que me rodeaba me hacía dudar de mis propias decisiones.

Ahora, él tiene 4 años, casi todos sus amiguitos han tenido o van a tener un hermanito o hermanita. Es un niño querido, que tiene muchos amigos, no tiene primos porque tanto mi marido como yo somos hijos únicos pero está rodeado de niños y adultos que le aman. Tiene bastantes regalos el día de su cumpleaños pero agradece cada uno de ellos, aunque sea un coche de juguete que ha costado un euro. Es cariñoso, sensible, amable, educado y comparte cada una de sus pertenencias con el resto de los que le rodean. Es empático con sus iguales y con los adultos y nos estamos encargando de que tenga el tiempo de calidad con su familia que quizás nosotros no tuvimos un día.

He decidido que no quiero volver al principio, no quiero cambiar pañales, ni estar noches al pecho sin poder descansar. Ahora duermo, salgo a la calle, casi siempre con él y de vez en cuando salgo a cenar y le explico a mi hijo que mamá también tiene amigas y amigos de los que disfrutar. No le compro todo lo que quiere, pero tengo la suerte de que puede tener todo lo que necesita. Sobre todo una madre que ha decidido que necesita el tiempo que le sobra del día o de la semana para cuidarse al menos un poco. 

Dejadme que lo diga muy alto: NO SOY EGOÍSTA. Mi hijo está siendo feliz y lo estamos educando de la mejor forma que sabemos. Entiendo a aquellos que disfrutan de una familia enorme, a mí me gusta saber que somos suficientes el uno para el otro porque el resto de la familia la encontraremos en la calle.

Creo que debemos de dejar de meternos a opinar tan libremente en las decisiones de las personas porque no sabemos lo que tienen detrás y a pesar de que muchos no pueden tener más hijos, o a veces ni siquiera pueden tener el primero, la opción de NO QUERER es tan válida o más que las otras. 

Escrito por Kerasi