Echo la vista atrás y NO ME PUEDO CREER cómo fui capaz de tolerar la historia que os voy a contar y durante tanto tiempo…
Salí durante un tiempo con un chico que parecía tratarme bien. A mí me encantaba y cuando estábamos los dos solos, todo iba sobre ruedas.
Unos meses más tarde, conocí a su familia. Lo único extraño es que aún no conocía a sus amigos. Él conocía a los míos prácticamente desde el primer momento. Y no solo no me incluía en sus planes sino que, por el contrario, siempre me daba largas o ponía excusas para quedar a solas con ellos y que nunca hubiera oportunidades para coincidir todos.
Aunque al principio me parecía raro, la relación avanzó hasta que, de forma natural, fue inevitable conocernos todos. Y entonces comprendí perfectamente que ese retraso no había sido fortuito sino planificado y los motivos:
Desde el primer día, me sentí incómoda e incluso humillada cuando estaban presentes. Cuando nos presentaron, noté cómo me observaban descaradamente y se sonreían unos a otros con complicidad.
A lo largo de la velada me pareció que cuchicheaban y se reían y que era sobre mí. Realmente no me dijeron nada directamente pero a veces los gestos dicen más que las palabras. A veces, las sensaciones no fallan.
Cuando, después, se lo comenté a mi chico, él me dijo que no me emparanoiase, que eran cosas mías, que sus amigos eran quizás algo brutos e inmaduros pero no había existido nada de lo que yo había percibido en ningún momento.
Pensé que a lo mejor yo había mal interpretado todo al no conocerlos, debido a mis nervios y la tensión por caerles bien.
Pero esas impresiones se fueron sucediendo SIEMPRE que los veía o quedábamos y haciéndose cada vez más fuertes y presentes.
Y, además, poco a poco fue siendo cada vez más evidente que no estaba equivocada ni loca, puesto que dejaron de disimular y empezar a hacerme bullying directamente:
Las sonrisas despectivas estaban ahí todo el tiempo. Estas se intensificaban y convertían en carcajadas y miradas de desprecio si en algún momento yo preguntaba el significado de alguna palabra de las muchas que ellos expresaban en su jerga privada e incomprensible para mí. Aunque, como es lógico, al final me sentía tan mal ante esas reacciones que al final dejé de preguntar y casi de intervenir.
Llegaron a decirle a mi novio, delante de mis narices, que cómo podía estar con una tía tan «corta». Yo le miraba pidiendo su defensa y su ayuda, y él solo desviaba sus ojos a otra parte.
Hablaban entre ellos de las chicas con las que estaban o habían estado, con las que les gustaría o planeaban estar o de cualquiera que se cruzase con ellos. Lo hacían puntuando sus cuerpos del 1 al 10. Mi novio no participaba, al menos en mi presencia, pero les reía las gracias y a solas los disculpaba diciéndome que hablaban de broma y que yo tenía la piel muy fina y no debía darle tanta importancia.
Yo permanecía con la cara hasta el suelo al escuchar esos comentarios de la pandillita e intentando al mismo tiempo pasar desapercibida. Pero, a pesar de mis esfuerzos, no lo conseguí y un día tuve que aguantar que decidiesen que yo sería el objeto de sus puntuaciones.
Estuvieron discutiendo entre ellos durante un rato sobre si yo ERA un 6 o un 7. Uno de ellos incluso me puntuó con un 8. El peor de todos movió la cara con desprecio y me puso un aprobado raspadito con un 5.
Mi novio seguía sin defenderme y, al ver mi cara de desagrado, me dijo delante de ellos que no me lo tomara a mal, que tenía que respetar todas las opiniones. Que él también tenía claro que seguramente solo era un 10 ante mis ojos de novia y para las otras chicas incluso podía estar suspenso, y que no pasaba nada.
Los juicios a mi físico no acabaron ahí. Empezaron a reírse abiertamente de mi cuerpo un día que coincidimos en la piscina, haciendo chistes denigrantes hacia mí como mujer y persona.
Ese día recuerdo irme de allí llorando y que mi novio, no solo no me defendió como era habitual sino que tampoco se disculpó después. Como siempre, era yo la que me tomaba las cosas a la tremenda.
Empecé a sentir terror por encontrármelos o por acompañar a mi novio a sus quedadas. Por mi timidez y escasa autoestima, me sentía incapaz de responderles y ponerles en su sitio (cosa que hoy sí haría). Mi novio insistía en que no fuera tan quisquillosa, que ellos no llevaban mala intención, que eran así y punto y, sobre todo, que me echaría mucho de menos si no le acompañaba en sus citas con ellos.
Yo, tonta de mí, caí en esa trampa aún durante algún tiempo y seguí apareciendo -aunque cada vez con menos frecuencia- y aguantando sus motes horribles o comentarios sobre cómo me quedaba la ropa, lo lerda que era o cualquier otra «gracia» que se les ocurriese.
Hasta que, un día, no aguanté mas. Estábamos en una cena y uno de ellos se burló del tono que yo había utilizado al dirigirme a un camarero, imitándome como si fuera tonta y siendo jaleado por las risas de todos sus amiguitos. Hasta mi novio se rió.
No sé cómo conseguí armarme de valor y fuerza para coger mi bolso y largarme de allí sin mirar atrás.
Mientras lo hacía aún escuchaba aullidos sobre «cómo me ponía» y risas y comentarios sobre cómo se me veía marchar dentro del vestido que llevaba esa noche.
Mi novio dejó de serlo en seguida después de eso. Ya no me quedó ninguna duda cuando se quejó de que yo debía soportarlo porque eran sus amigos.
Y, aunque a solas me sentía bien con él, ya le había cogido mucho rencor ante sus silencios y lo único que deseaba era perderlos a todos (él incluido) de mi vista para siempre. Lo dejé automáticamente y lo conseguí.