«Los chakras muy bien alineados». Crónica de una amistad tóxica

 

¿Os ha pasado alguna vez que alcanzáis un vínculo bastante estrecho con una persona en poco tiempo, sentís que hay muchísimo feeling y, al cabo de un tiempo, ese buenrollismo se desvanece y solo queda un diálogo tóxico entre ambas? Y ojo, digo diálogo, porque soy de la opinión de que todas en un momento dado podemos meter la pata, e igual que tú puedes ser la víctima del comportamiento tóxico de alguien hacia ti, tú tienes la responsabilidad moral y afectiva de reaccionar con criterio, en lugar de rebajarte a ese mismo grado de toxicidad.

A mí me pasó algo así y, aunque nunca podré hablar desde una perspectiva totalmente imparcial, sí creo que mi testimonio puede ayudar a más de una a identificar comportamientos en otros que le resulten dañinos. Tuve una amiga con la que tenía un rollo muy guay, era una amistad muy sitcom estadounidense, muy bromance (creo que este término nadie lo usa ya, pero bueno). La cosa es que ese rollito de Monica Geller y Rachel Green fue perdiendo fuelle con el paso del tiempo, porque estas cosas que vienen tan intensas y tan de golpe suelen tener fecha de caducidad.

 

Por resumirlo mucho, la chica se inmiscuyó en un tema mío personal, bastante peliagudo, a priori con buena intención, rollo “amiga date cuenta”, que se fue tornando poco a poco en “amiga haz lo que yo te diga o si no dejarás de ser mi amiga”.

Y eso fue lo que pasó… durante un breve periodo de tiempo. La chica decidió cortar conmigo por lo sano sin tener en cuenta mi postura al respecto y sin saber cómo me sentía. Al cabo de un par de meses nos reencontramos, de nuevo, bajo circunstancias bastante delicadas y yo, que salía de una relación sentimental abusiva, no tenía la suficiente claridad mental para poder ni tan siquiera imaginar lo que iba a ocurrir con ella.

Su primer movimiento hacia mí, que estaba en mi momento más vulnerable, fue volverse imprescindible. Me daba una falsa sensación de seguridad porque, por muy buena intención que una tenga, no puede garantizarle a nadie que va a ser el foco de su salvación. ¡Simplemente, no lo es! Es decir, yo estaba mal emocionalmente, pero ¿y ella? Ella arrastraba también su propia mierda y, de hecho, iba a terapia (una de sus mejores decisiones), por lo que aún hoy me resulta chocante que tuviera ese sentimiento de superioridad hacia mí, justo cuando estábamos en el mismo barco (yo también fui a terapia en aquella época). 

Me empezó a cuestionar todo. Si algo no pasaba primero por su supervisión, probablemente, no fuera bueno para mí. Además, exigía una atención constante y le sentaba mal que no estuviera siempre disponible. Traducción: yo, a pesar de que sufría las secuelas de una relación más que tóxica, SABÍA PONER LÍMITES, identificaba cuándo era oportuno y cuándo me era posible dedicarle tiempo a esa relación y cuándo no, simplemente, porque por muy salvadora mía que ella quisiera ser yo tenía trabajo, familia, más amigos… Y de ahí vinieron los problemas. 

Esta chica se iba a casar aquel año y se estaba organizando su despedida de soltera. Me invitó. Pero me invitó de rebote, tipo “éramos superamigas, pero la bloqueé y luego volvió a mi vida y seguimos siendo superamigas como si tal cosa”. Yo le dije que guay, que me apuntaba porque sabía que para ella era importante, pero maldita la gracia que me hacía ir a una reunión en donde, sospechaba, se me había puesto verde en la época de “si no haces lo que te digo tan buena amiga no serás”. En aquel momento ya todo me empezaba a oler mucho a chamusquina, porque si algo bueno tiene pasar por lo que había pasado, es que aprendes a identificar ciertos comportamientos en las personas, por sutiles que sean.

Yo me mostré participativa, todo lo que podía, teniendo en cuenta que todas ellas vivían en una ciudad y yo en otra. Pero un día estalló la bomba. Yo notaba a esas chicas un pelín raras conmigo y, no sé si sería paranoia o que la otra verdaderamente me puso vestida de limpio, porque actuaban como si no se terminasen de fiar de mí. Total, que le pregunté a mi amiga, durante una conversación telefónica de parloteo intrascendental, qué sabían sus amigas de mí. Una pregunta que me pareció lógica dadas las circunstancias e inocente, no sé. Pues se lio bien gorda.

De repente, mi amiga se sintió atacada, empezó a decirme que esa preguntaba iba con mala intención, que yo quería remover mierda. Le dejé claro que no, que la pregunta era estrictamente esa, sin segundas intenciones, porque había notado algunas reacciones un poco raras y que quizá fueran paranoias mías, pero prefería descartarlo antes que pasar un fin de semana con un grupo de desconocidas, con la ansiedad social que yo vivía en aquel momento. 

De aquella leve discusión pasó a la ley del hielo. Yo, a pesar de haber tenido una reacción exagerada conmigo, la volví a tratar como si nada porque empatizaba con su estado emocionalmente inestable. Le pasaba fotos de cualquier tontería, le contaba algo gracioso, y nada. Así estuvo un día, día y medio. De ahí pasó a hablarme tan solo para atacarme. No un diálogo conciliador de “a ver, quizá sea todo un malentendido, cómo podemos arreglarlo”. Fue un “tú me dejaste de querer cuando te necesitaba” en bucle. Yo me harté de sentirme atacada con cero responsabilidad afectiva y miré por mi bienestar emocional: la bloqueé. Era algo que detestaba, pero literal que no paraba de bombardearme con mensajes atacándome y no podía soportarlo.

 

Convenció a su novio para crear un grupo entre los tres, que se saliera él y poder hablarme, después de que me hubiese acosado con llamadas en momento en los que me era imposible atenderla. Le expliqué que iba en un coche con más personas y que no podía atender la llamada, que cuando llegara a mi destino la llamaría. No se lo creyó mucho y siguió enviando mensajes. La llamé con la intención de que me dejara en paz para siempre, una llamada que me costó tres horas de gritos, ataques personales, maltrato psicológico y berrinche de niña chica, tras los cuales, seguía convencida de que al día siguiente iría a su despedida de soltera. De nuevo, yo sabía poner límites de forma sana y eso le molestaba. 

De entre todo lo que me soltó, me confirmó que le había dado su versión de los hechos a sus amigas (de ahí que estuvieran raras) y me dejó la más icónicas de las frases que he oído hasta ahora: “Menos mal que me ha pillado todo esto con los chakras muy bien alineados”. ¡Menos mal, hija, menos mal! 

 

Nunca más hemos tenido contacto.

 

Ele Mandarina