Si en algo estaremos de acuerdo muchas es que donde esté un buen consolador, que se quite un mal polvo. Ya no uno malo, uno regulín también. Hoy en día tenemos todo tipo de juguetes sexuales a nuestra disposición que tenemos la oportunidad (y yo diría que también la obligación) de utilizar. Esto es maravilloso: ya no necesitamos tener pareja ni un rollo ni Tinder para poder disfrutar del sexo cualquier día tonto que se nos antoje.

Pero esto no ha sido siempre así. Antes de que el vibrador del cajón de la mesita de noche existiera, cuando éramos adolescentes ingenuas y un poco salidas (como todo hijo de vecino) no teníamos la suficiente confianza ni la información para ir a una tienda erótica a comprar un juguete sexual.

Si os digo la verdad, yo tampoco me lo había planteado. En principio todas podemos apañarnos con las manitas que Dios nos ha dado, hasta que un día… sucede. Sí, amigas, me refiero a ese día en el que las manos, los dedos se quedan cortos (por muy largos que sean).

Yo recuerdo perfectamente el primer día que, gracias a una amiga, descubrí que podía utilizar otras cosas para esos fines. Me había contado cómo había intentado utilizar un plátano y que le había dado resultado. “Tienes que probarlo” me dijo. Sin saber muy bien cómo un postre iba a darme lo que yo necesitaba, decidí probar. “Ponle un condón”, me había advertido mi amiga, “y caliéntalo antes con las manos”. Aquello sí que fue mano de santo.

Y ya sabéis… cuando haces pop ya no hay stop. Cualquier momento era bueno. Si estaba estudiando, experimentaba con los bolis, que tampoco daban para mucho, pero algo hacían. Cuando estaba en la cama, pero no me daba dormido, si el antojo era mucho, pillaba cualquier cosa que tuviera a mano, que casi siempre solía ser un cojín o algo así. Los mangos de los cepillos o hasta algún mando de la tele. Ahí lo dejo. 

Incluso mis primeras bolas chinas las utilicé para todo tipo de usos estimulantes. “Son geniales para fortalecer el suelo pélvico”… claro que sí, guapi. Y para todo lo demás. Semejante bola incita al frota-frota, eso está claro.

Yo pensaba que esto era algo extraño, que en realidad nadie más hacía y que seguramente de chavalita era una salida. Hasta que el otro día estaba viendo Arde Madrid y me encuentro con la chiquilla refrotándose contra la esquina de una mesa… ay, mi alma, ¡cómo te entiendo! Pensé.

Anda que no se pasa mal en esos momentos en los que te entra el calentón y no sabes dónde meterte. No hace falta tener un monolito con forma de pene, con usar un poco la imaginación… es suficiente. En la masturbación: ¡todo vale!

 

Alba B.