Imagino que aquello fue lo más parecido al guion de ‘Resacón en Las Vegas’. O peor. Cuando acudí a la mañana siguiente a mi vivienda vacacional, sentí que había pasado por allí el huracán Katrina.

Llevo varios años alquilando una residencia que heredé de mis padres. Está a un par de horas de mi primera vivienda, a las afueras de una conocida ciudad turística, y en su momento creí buena idea proponer la propiedad como vacacional. Soy cara, ya que creí que serviría de filtro a jóvenes que se reúnen, acumulan pasta y pillan una villa para sus fiestas. En este tiempo, nunca he tenido problemas con mis inquilinos. Han sido personas civilizadas que no pasan de enviarme un mensaje preguntándote cómo funciona el termo del agua caliente.

Esta reserva no me generó ninguna pista del desastre que terminó siendo. Eran tres amigos, entrados en la treintena, que iban a celebrar una despedida de soltero “de tranquis” por petición de la novia. Incluso, cuando el responsable de la reserva me contó sus planes, me pareció entrañable. “¡Qué buenos amigos!”, consideré. Sabiendo el motivo de su hospedaje, les facilité una guía de locales de ocio para que pudiesen completar la experiencia de su estancia.

El ‘WhatsApp de vecinos’ echaba fuego

Era un fin de semana. El viernes llegaron y agradecieron mis sugerencias, probando alguna durante la noche. El sábado fue cuando explotó todo. Por la mañana me escribieron para pedirme permiso y aumentar el número de huéspedes a cinco. Como me parecían majetes, autoricé la petición sin coste alguno. Más tarde entendí que quizá no se habían expresado bien, ya que mis vecinos me aseguraban que podían haber en mi casa unas 50 personas. Un cero más que, lejos de ser insignificante, supuso el caos.

Estaba dormida cuando empezó el jaleo en el grupo de WhatsApp de vecinos. Quejas constantes, pruebas en forma de audios, de vídeos. Más de uno aseguró que les había ido a reclamar civismo y recibió insultos, empujones y el lanzamiento de latas y botellas. Trasladaron la fiesta a la piscina comunitaria, a la que echaron jabón y llenaron de inflables. Hubo strippers y música alta hasta la salida del sol. Uno de los vídeos fue grabado a las 6 de la mañana y aún seguían dándolo todo. Llamaron a la policía hasta en dos ocasiones. Y yo no me enteré de nada hasta el día siguiente.

El viaje más largo de mi vida

Abrí los ojos y leí el grupo. Entré en shock. No podía creerme que aquella fuese mi casa y esos chavales… mis afables inquilinos. Llamadme cobarde, pero no contesté a los vecinos. Telefoneé a mi marido, que trabajaba ese domingo, y le pedí salir puntual del trabajo para poder desplazarnos a la casa. No tengo ni carné ni coche, tuve que esperar. Esperar y esperar, en el salón de casa y en el coche.

Al llegar, no había ni un mueble en su sitio. La mesa del jardín estaba partida en dos, supuse que tras el baile de algún invitado; maceteros, jarrones, figuritas de decoración… Hasta la tele estaba tirada sobre la alfombra. Había plumas del edredón flotando en el ambiente. La escobilla del váter estaba en el sofá, había un tenedor en el lavabo. Nada tenía sentido. Pero ni dentro de la vivienda ni fuera. La piscina estaba marrón y también habían quemado una palmera. Además, se ve que hicieron una guerra de globos de pintura y las paredes y el suelo estaban manchadas.

Los chicos ya no estaban. Les llamé por teléfono y, sorprendentemente, me lo cogieron. Les expliqué la situación y me ingresaron más dinero. Pese a que lo invertí en arreglar parte de los destrozos, mis vecinos me han declarado la guerra. Desde entonces, molestan a mis inquilinos y empiezo a tener reseñas negativas. También me han cambiado el código de la puerta de la piscina y del garaje, para anular los servicios a mis huéspedes. La última novedad es que pretenden subirme la cuota mensual de la comunidad.

Jodida despedida de soltero… ¡La que me ha liado!

 

Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real.