He jugado a videojuegos toda mi vida. Mi primera consola fue una Mega Drive, pero he pasado por multitud de plataformas hasta llegar a conformar mi “pequeño museo” del que me siento muy orgullosa. Estudiando, siempre encontraba mi ratito de vicio. Estudié informática, deseosa de convertir mi hobby en profesión. Ahora, trabajando y con un proyecto de familia, también intento conciliar con mi afición mientras trabajo en convertirla en mi principal fuente de ingresos.

Encontré en Twitch el equilibrio perfecto entre el ocio y la actividad laboral. Mis amigas me hicieron reflexionar: “Si vas a jugar sí o sí, ¿por qué no hacerlo en Twitch?”. Y así lo hago. Tengo mi ratito de stream al día, mi comunidad y mi extra de ingresos. Por norma general, el ambiente es bueno; aunque no falta el spammer que viene que promocionar su cuenta o el hater que entra en el chat a dar por saco. En cualquier caso, es llevadero. El problema radica en los compañeros de partidas on line.

El machismo y la violencia verbal

Juego a todo. Un día me da por echarme un battle royale jugando al Fortnite como me paso al shooter con Valorant. También juego al LoL o me doy un paseo por Los Santos en GTA V.

Me han dicho de todo y lo peor es que he llegado a normalizarlo. A veces, mi propia comunidad denuncia “odio” que yo tengo tan interiorizado que ni cuenta me doy de que recibo a toneladas.

Me han mandado a fregar, pero también a prostituirme; me han culpado de perder una partida de la que he salido líder de kills. ¿Por qué? Por ser mujer. Y no lo digo yo, lo reconocen abiertamente los machirulos que me acosan. “Mierda, ¿tenemos una chica en el equipo?”, escuchas nada más te animas a saludar con amabilidad. “Normal que vayamos perdiendo: nosotros tenemos a una mujer”, comentan a media partida. “Aprende a jugar o, más bien, aprende a fregar y vete a fregar que para esto no sirve”, o su variante “a la cocina”.

“Puta”, el “puta” que no falte. “Guarra”, tampoco. De lo más repetido. “Mongola, te apesta el coño desde aquí”, me soltaron una vez.

Además de los insultos, también sufro “fuego amigo”. A través de disparos hacia mi personaje, me intentan sacar del equipo.

¿Edades? De niños imberbes a cuarentones pajilleros. No hay una edad. El que es machista lo es, al margen sus años. Podríamos pensar que la nueva generación está educada en el concepto de “igualdad” y blablablá. Yo no lo he visto: los jóvenes son más violentos; los adultos resultan babosos, ya que más de uno confunde Twitch con ‘Only Fans’ y te ofrece dinero por mostrarle una teta.

Silenciar y mentir

En algunos casos, lo único que me queda es silenciar mi micrófono y usar un apodo masculino. Quizá doy impresión de ser un chaval de 12 años jugando a escondidas de sus padres, pero es preferible a eso a presentarme como mujer. ¿Mal? Lo sé. Quizá debería defender férreamente y no esconderme, pero a veces solo quiero echarme unas partidas tranquila, disfrutar y pasarlo bien, no quiero entrar en el desgaste de discutir en mi tiempo de desconexión.

A pesar de todo, es una lástima que un ambiente de reciente creación como el de los videojuegos también esté -también- intoxicado. Machirulos, sois una lacra social.

 

Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real.