Los millennials somos carcas… porque escribimos bien

Sabía que este día llegaría. Había asistido indiferente a los gags de moda para desacreditar a una generación, del tipo “OK, boomer. He de confesar que algunas veces incluso me he reído, como cuando se usan contra con algún “señoro” contra el que no cabe argumentación posible. 

Me he sentido más cerca de los Z que de los boomers, pero ya no has llegado el turno a los mileniales. Estamos en  la diana, como me mostró hace poco un post en Instagram de El País con un titular lapidario:

 

Los millennials son los nuevos viejos de Internet”. 

 

Me sentó fatal la noticia, no voy a mentir. No es que me moleste cumplir años, lo que sería equiparable a que me molestara la propia naturaleza humana, porque envejecer, envejecemos. A lo que le temo es a convertirme en una “chichigrís” (si hubiera algún sinónimo del masculino “pollagrís”), de las que reniegan de todo lo nuevo y se la pasan enarbolando la bandera de que cualquier tiempo pasado fue mejor. 

Hay ya mucho de eso, de los del eterno filtro rosa de la nostalgia. Pongo un ejemplo. También fue un periodista de El País el que quiso encontrar respuesta este verano al éxito de Quédate, la canción de Quevedo y Bizarrap. Le preguntaban a un crítico de 50 años que se despechaba a gusto, incluso con inquina: que se ha producido la canonización de la nada, que no hay nada de personalidad o lenguaje propio, que la voz cacofónica podría ser la de cualquiera y que la letra era sonrojante. Y que la canción Despacito, que ya nadie escucha, parecía una sinfonía de Mahler a su lado.

A esto me refiero. Respetando la opinión y los gustos de cada cual, considero que hay personas que se sienten con mucho derecho a expresar lo que piensan en cualquier término, incluso incurriendo en evidentes faltas de respeto. Y, con frecuencia, sus feroces críticas van dirigidas hacia lo que hacen los jóvenes. No quiero ser parte de eso.

  • “Escriben un WhatsApp como si fuera un e-mail”

El post de El País que tan mal me sentó citaba algunos ejemplos de comportamiento en redes que hacen fácilmente reconocibles a quienes nacimos entre 1980 y 1996: publicamos historias en Instagram con la letra de las canciones, usamos GIF para hacer chistes, empezamos los vídeos con imágenes de paisajes idílicos y ponemos la cámara por encima de los ojos para hacer un selfi. Entre otras cosas.

Me vi especialmente reflejada con que, a juicio de otras generaciones, dramatizamos cada acto de la vida. Los Z, por ejemplo, se consideran mucho más sobrios. Además, intento escribir bien siempre, lo que también es un identificativo millennial según la noticia: “Los reconozco en WhatsApp cuando en la pantalla aparece ‘escribiendo’, pasan dos minutos y siguen escribiendo. ¿Qué van a mandar? ¿Una carta? Cuando al fin llega el mensaje, no falta una coma, ni una mayúscula, no hay una abreviatura. Escriben un whatsapp como si fuera un e-mail”. 

Pues miren ustedes, sí. A gala lo llevo: me esfuerzo por escribir bien. Y aunque Ibai Llanos asegure que es clasista corregirle a alguien la ortografía, también lo hago a veces. En concreto, cuando se trata de personas con las que tengo confianza y ya me han dicho que prefieren que lo haga, para no cometer el mismo error en otro foro más formal. 

Tengo amigas docentes que observan decepcionadas una nueva tendencia: escribir bien no se lleva. Los más jóvenes no le dan importancia a las tildes, ni a diferenciar la “v” de la “b”, ni a poner “m” antes de “p”, y ni hablemos de comas y puntos. Pues ahí que me llamen vieja, pero no les sigo. 

Me encanta mi idioma, y es lo de los bienes inmateriales que más orgullo me hacen sentir. Llamadme noña (o “chochogrís”), pero, al usarlo, me siento unida a los 492 millones de personas que hablan español de forma nativa en el mundo, según el Instituto Cervantes. Y lo quiero cuidar porque es nuestro patrimonio.

  • ¿Ya no somos sociológicamente deseables?

Al margen de mi defensa apasionado del idioma, el texto de la publicación terminaba con algunas preguntas que llamaban a reflexionar sobre si Internet nos está haciendo caducar más rápido, con la proliferación de etiquetas y la identificación de comportamientos intrageneracionales. “¿Se están acortando nuestros minutos de gloria y el tiempo en que somos sociológicamente deseables?”, terminaba el texto.

Yo no sé lo que significa esto último exactamente, pero sí creo que las novedades de Internet nos dejan atrás más rápido que cuando no existían las redes. Lo que no tiene por qué ser negativo. Las generaciones jóvenes siempre se han definido por oponerse a las anteriores y, de hecho, construyen su identidad generacional a partir de esta misma oposición. Lo acepto, lo asumo y no me rebelo contra ello ahora que ya no soy tan joven.

Busco el equilibrio entre reforzar los parámetros positivos que me identifican como millennial (como intentar escribir bien) y ser sensible a las preocupaciones y reivindicaciones de otras generaciones. Porque me ayudan a cuestionarme, y eso es lo rejuvenecedor. 

 

Azahara Abril.