Si hay algo que nos une a todos desde Alaska hasta Torremolinos, son los polvos frustrados. Esos nombres sin tachar en nuestra lista. Esos “casi pero no” que a veces consiguen sacar lo peor de nosotras, ya que nos desesperamos por conseguir terminar con todo lo que representan. Que sí, que la tensión sexual está genial, pero cuando llevas con ella meses cansa un poquito.

Hay miles de millones de ejemplos: El ligue con el que tonteamos durante un tiempo, que se echó novia y desapareció. El amigo con el que no hicimos nada por no romper la relación que teníamos. El chico con el que nunca era el momento y que al final se quedó sin darnos mandanga de la buena… Todos ellos se convierten en polvos pendientes.

Se acaban convirtiendo en gente con las que pensar en las noches frías de invierno. Porque claro, como no los hemos catado, pueden ser dioses del sexo con los que soñar de vez en cuando, para aliviarnos la frustración. Esa de no haberles dicho antes: Eh, tú, mozo, encalómame con tó lo gordo, lo mío y lo de mi prima.

Pero esto, como todo, se convierte un problema.

Al soñar con ese polvo que nunca nos dieron, los idealizamos. Y al idealizarlos, nos pasa un poco como en Entre Fantasmas: nos quedamos rondando, sin ir hacia la luz, porque estamos obsesionadas con terminar nuestros asuntos pendientes. Llegamos a niveles de obsesión tales en los que perdemos la dignidad. A arrastrarnos, a mostrarnos interesadas de más, a aceptar que nos traten como una mierda solo por conseguirlo. Por tachar el nombre, por cerrar la puerta. Por echar un polvo que, en comparación con lo que hemos imaginado, suele ser bastante mediocre.

Porque a veces los polvos pendientes se despendientan. Y creedme, por experiencia propia, que muchas veces los polvos frustrados que se consiguen, te acaban frustrando aún más. Hay personas que es mejor que se queden sin tachar.

 

Fotografía: Jan Zhukov